Matis
- Autodenominación
- ¿Donde están? ¿Cuántos son?
- AM 529 (Siasi/Sesai, 2020)
- Familia linguística
- Pano
Estimados en varios centenares en la época de los primeros contactos (finales de los años setenta), los Matis, hablantes de una lengua Pano, no pasaban de ochenta y siete (87) en 1983. En ese intervalo de tiempo (tan sólo una década), hubo varias epidemias introducidas, entre otros, por un equipo de la Funai (Fundación Nacional del Indio) que no fue capaz de combatirlas satisfactoriamente. Los últimos meses de 1981 fueron especialmente trágicos, costándole la vida a unos cincuenta (50) indígenas Matis. Esto llevo a los traumatizados sobrevivientes a abandonar su gran hábitat selva adentro, y a reagruparse, en busca de remedios, en torno al puesto de la Funai que recién se ubicaba en las márgenes del río Ituí. Pasados algunos años, las chagras comenzaron a producir normalmente. Nunca faltó carne, algunos rituales resurgieron y hubo un aumento poblacional significativo. Aún así, todavía persiste el choque demográfico y psicológico resultado de un contacto mal emprendido e innecesariamente mortífero. Actualmente los Matis no viven en una única aldea y de ese modo retoman, tímidamente, el antiguo patrón de ocupación territorial.
Nombres
El término “Matis” fue el nombre que los no indios -en particular los funcionarios de la FUNAI- dieron a un grupo que se autodenominaba matses. No en tanto, debe resaltarse que “matses” es también la autodenominación de otro pueblo cultural y lingüísticamente muy próximo a los Matis: los Matses (también conocidos como Mayoruna).
Los Matis aceptan en cierta medida el nombre “matis” (que es una variación del “matses”), aunque existen otras denominaciones bastante empleadas a nivel local. La palabra matis, además de ser un etnónimo (el nombre atribuido a un étnia), en estricto sentido significa “ser humano” o “persona”. Asimismo, el término también puede ser utilizado para designar al conjunto de parientes de un individuo.
Como dicho término puede tener diferentes sentidos dependiendo del contexto en que es empleado, se hace necesario establecer distinciones entre los Matis y los “humanos”. Estas pueden darse a partir del uso de palabras como kimo y utsi que crean nuevos matices. Los primeros (kimo) hacen referencia a los humanos que son mas próximos, aquellos con los que se tiene un fuerte vínculo social, por eso son la “gente verdadera”. Los segundos (matis utsi) puede ser traducido como “otra gente”.
Los Matis disponen de otras dos (2) autodenominaciones: mushabo y deshan mikitbo. La primera hace alusión a quienes comparten -entre todos los miembros de una comunidad- un mismo tatuaje. Mushabo significa literalmente “los tatuados” (musha= tatuaje, bo = plural). Aún así, en el área Pano, aunque la semejanza entre los tatuajes faciales no sea un marcador de identidad étnica necesariamente, este parece ser el papel que éstos han ocupado en los últimos tiempos. Independientemente de sus orígenes, los Matis dicen que son todos Mushabo, término que en ocasiones puede ser cambiado por wanibo, “gente del chontaduro”.
Por su parte, la denominación deshan mikitbo significa simplemente “gente antes de” (i.e. que está río arriba). Generalmente los Matis utilizan esa expresión para diferenciarse de los Korubo, cuyo territorio se sitúa aguas abajo. “Estar antes de” o “estar aguas arriba”, como marco de identificación, se define en función del curso del río Ituí (o del río Coari), y bajo la óptica de un contraste con los principales adversarios tradicionales de los Matis.
Lengua
En la vida cotidiana de la aldea se usa solamente la lengua materna. Sin embargo, al día de hoy, casi todos los hombres entre los diez y siete (17) y los treinta y cinco (35) años saben hablar un poco de portugués, lo cual hace posible que los Matis hagan sus transacciones comerciales cuando van a las ciudades. Algunas mujeres también logran comunicarse en portugués.
La lengua Matis pertenece a la familia lingüística Pano. Además de ello, gran parte de los hombres y algunas mujeres también saben hablar y entienden la lengua hablada por los Marubo, quienes también hacen parte de la familia Pano. Los Marubo fueron quienes ayudaron a la Funai (Fundación Nacional del Indio) a establecer los primeros contactos con los Matis en 1976. En términos generales, los Matis entienden las lenguas de los Kulina, de los Matsés (también conocidos como Mayoruna) y de los Korubo.
Localización
El área ocupada por los Matis es una porción de tierra que se extiende desde el medio Ituí, pasando por el Alto Coari (afluente de la margen derecha del río Ituí), hasta llegar al medio río Blanco (afluente de la margen izquierda del río Itacoaí). Dicha área esta situada dentro de los límites de la “Tierra Indígena Valle de Javari”.
La “Tierra Indígena Valle del Javari” es la segunda mayor área indígena del Brasil, y esta situada en la región del alto Solimões, en el suroeste del estado de Amazonas, próxima a la frontera del Brasil con Perú. Ésta área fue reconocida como “Tierra Indígena” en 1999, demarcada físicamente en el año 2000, y homologada en mayo de 2001. Abarca áreas irrigadas por los ríos Javari, Curuça, Ituí, Itacoaí y Quixito, por los altos cursos de los ríos Jutaí y Jandiatuba, comprendiendo además tierras de los municipios brasileros de “Atalaia do Norte”, “Benjamin Constant”, “São Paulo de Oliverança” y “Jutaí”.
Para mas información sobre indios aislados, ingrese a la sección sobre ese asunto en este site.
Además de los Matis, otros pueblos viven en ese territorio: los Kanamari y los Tsohom Djapá (hablantes de lenguas de la familia Katukina), los Marubo, los Matsés (Mayoruna), los Kulina Pano y los Korubo (cuyas lenguas pertenecen a la familia Pano). Hay también la presencia de aproximadamente ocho (8) grupos indígenas en aislamiento voluntario.
Con base en trabajos realizados por varias instituciones que actúan en la región, puede decirse que la población de ésta área alcanza los tres mil quinientos (3.500) indios, considerando solamente a los grupos contactados datos del año 2006. Si incluyéramos las mejores estimaciones para los grupos aislados -de presencia confirmada-, éste número podría aumentar en algunos centenares de personas. Los pueblos indígenas del Valle de Javarí poseen trazos socioculturales semejantes, pero también presentan diferencias significativas entre si.
Historia del contacto y datos poblacionales
Noticias sobre la existencia de grupos apartados que se ubican entre los ríos Ituí e Itacoaí, son conocidas desde la implantación de la sede de la Funai en la ciudad de “Benjamin Constant” (Alto Solimões) en 1971. Dicha sede, conocida también como “Ajudância del Alto Solimões” (Ajusol), también sirvió de soporte a quienes trabajaban en la construcción de la carretera nacional “Perimetral Norte”, la cual conectaría “Benjamin Constant” con “Cruzeiro do Sul”, en el estado de Acre. La sede fue estructurada con la finalidad de atraer y asistir a los indios del Javari, cuyos territorios serian atravesados por la carretera (Campanha Javari, 1986; Melatti, 1981).
No existen documentos anteriores a 1970 que hablen sobre los Matis, y aún en 1971, éstos indígenas eran confundidos con los Marubo por los servidores de la Funai. Sólo hasta entonces, los funcionarios de dicho órgano tutelar y los no indios de la región, iniciaron un proceso de reconocimiento de los Matis como un grupo de características culturales propias.
Así, en 1974, siguiendo los objetivos de la Funai de contactar a los grupos indígenas de la región, fue fundado el “Puesto Indígena de Atracción (PIA) Ituí” en la margen izquierda del mencionado río -encima de la desembocadura del río “Novo de Cima”- (Melatti, 1981).
La información existente sobre ésta época de primeros contactos con los Matis, difiere entre si. Según la “Campanha Javari” (1986), fue en agosto de 1975 que se dio el primer contacto con una mujer y una niña de brazos en una barraca en el igarapé Aurelio (recordemos que igarapés son los estrechos brazos de ríos caracterizados por su poca profundidad y por ubicarse selva adentro). Por otra parte, de acuerdo con Julio Cezar Melatti (1981), la fecha de ese primer contacto fue el veintiuno (21) de diciembre de 1976. El hecho es que a partir de ese periodo los Matis comenzaron a emprender sucesivas visitas al “PIA Ituí” con el objetivo de obtener machetes, hachas, perros, gallinas, etc.
En 1977, los indios se contagiaron de la primera gripa de los funcionarios del Puesto, pero según los informes oficiales de la Funai nadie murió. En 1978, algunos servidores de la FUNAI visitaron las malocas Matis y pasaron algunos días en ellas. A partir de ese momento, los contactos se tornaron cada vez mas frecuentes.
En la época del contacto, la demografía Matis presenta estimaciones muy variadas. Un auxiliar de enfermería de la época, afirmó que habían ciento cincuenta (150) personas. Por otra parte, de acuerdo con un ex funcionario de la Funai, fueron estimadas cerca de trecientas (300) personas a partir del tamaño de las malocas y del número de espacios familiares que había dentro de éstas. Por su lado, el pastor de las Misiones “Novas Tribos do Brasil” (Nuevas Tribus del Brasil), creía tener mas de mil (1000) Matis, los cuales fueron estimados después divisar doce (12) malocas durante el sobrevuelo de un área que consideró ser Matis (Campanha Javari, 1986). Los propios Matis dicen que eran muchos mas antes de que la FUNAI llegara y que muchos de ellos murieron durante la epidemia de fiebre, pero al día de hoy no hay estimativas exactas (Campanha Javari, 1986).
Tradicionalmente, los Matis vivían en grupos familiares que habitaban cinco malocas distantes entre si, las cuales tenían una población variable y expandida en su territorio de ocupación (Melatti, 1981). Las malocas eran las siguientes: maloca del río Coari; maloca del río Blanco; maloca del igarapé Boeiro; maloca del igarapé Jacurapá; maloca entre los igarapés Jacurapá y Boeiro.
Desde muy temprano, la presencia de madereros y siringueiros (recolectores de caucho) en mal estado de salud (y sin asistencia médica) en las cercanías de los asentamientos de los Matis, así como la falta de debidas precauciones y cuidados en el momento de contacto por parte de los funcionarios del Puesto de la Funai, generó el contagio de enfermedades a los Matis. A partir de 1978 comenzaron las epidemias de gripa, tos, diarrea, etc. Para completar el trágico cuadro, el Puesto no tenia remedios para la asistencia médica y escaseaba la gasolina necesaria para trasladar los casos mas graves. De esa manera comenzaron a aparecer las muertes entre ellos (Melatti, 1980).
Entre 1976 y 1980, fueron notificadas entre 10 y 12 muertes ocasionadas por varias enfermedades y, entre junio de 1981 y junio de 1982 murieron aproximadamente cuarenta y ocho (48) Matis debido a dos (2) epidemias de gripa (que luego se transformaron en neumonía). Durante este periodo se creó una enorme generación de huérfanos. Según el estudio realizado recientemente por el profesor Tëpi Wassa Matis junto a su padre Txema Matis, durante una de las actividades del curso de formación promovido por el Centro de Trabajo Indigenista (CTI) fueron citados nombres de cincuenta y un (51) personas que murieron en las epidemias de 1981.
En 1983, la población Matis pasó de ciento treinta y cinco (135) a ochenta y siete (87) personas, lo que significa que murió el treinta y cinco por ciento (35%) de la población (Porantim, 1982; Melatti, 1983; Campanha Javari, 1986). Los niños y los viejos fueron los mas afectados. Entre los viejos, fueron muy pocos los que sobrevivieron. En 1985, tres (3) años después de esas epidemias, un censo poblacional realizado por la “Campanha Javari” reveló que apenas siete (7) personas tenían mas de 40 años entre los Matis (Campanha Javari, 1986).
En febrero de 1982, el informe de los jefes del Puesto Indígena (PI) Ituí y del Puesto Indígena (PI) Marubo, denunciaba la invasión del río Blanco (sobretodo en la parte de asentamientos Matis) por parte de madereros. Es posible que ellos hayan sido responsables de las epidemias de gripa en la región (Melatti, 1983).
Debido al gran número de muertes en cada grupo familiar, los Matis tuvieron que reestructurarse, adaptando sus reglas de matrimonio y también las de las relaciones sociales y políticas con los demás diversos grupos. Con eso, los sobrevivientes formaron básicamente dos (2) grupos que se mantienen hasta el día de hoy (Campanha Javari, 1986; Erikson, 1992).
Luego de preguntar al viejo Binã sobre la región de origen del grupo, éste afirmaba que ellos antes habitaban entre el río Curuça y el Ituí, pero no sabia cuando habían atravesado hacia la margen derecha (Melatti, 1981). Respecto a esa pregunta, los sobrevivientes de la epidemia no sabían responder puesto que no se acordaban: todos los mas viejos habían muerto y sus memorias remontaban a la época en que ya vivían en el área comprendida entre los ríos Ituí, Itacoaí y Branco (Campanha Javari, 1986). De acuerdo con la información de un ex-funcionario de la Funai, el área de ocupación de los Matis se situaba entre las cabeceras de los igarapés São Bento, Aurelio, Jacurapá y Coari.
Desde el inicio del contacto, los Matis comenzaron a establecer relaciones con los Marubo, quienes eran una especie de “intérpretes”, ya que también hablan una lengua Pano. Varias familias Marubo, atraídas por la presencia de la Funai, bajaron del alto Ituí y se fijaron en el PIA Ituí, localizado en el medio río Ituí. De esta manera, se intensificó el contacto entre los pueblos y las consecuencias de esa aproximación también se hicieron sentir (Campanha Javari, 1986). De un lado los Marubo, con mas de un siglo de contacto con la sociedad mayor; y de otro, los Matis recién contactados.
En 1982, en la tentativa de solucionar los problemas causados por los no indios y por los Marubo, la Funai decidió transferir a los sobrevivientes Matis y las instalaciones del Puesto para el igarapé Boeiro, donde éstos pasaron a residir en dos (2) malocas (Melatti, 1983 Campanha de Javari, 1986).
En el igarapé Boeiro, los Matis se enfrentaron a un periodo de gran escasez alimenticia debido a la falta de chagras, lo que en varias ocasiones los lleva a robar los alimentos de las chagras de los ribereños y de los Marubo del antiguo Puesto. Además, en ese nuevo lugar de asentamiento era difícil conseguir “curare” (veneno usado en las flechas de las cerbatanas) y “tatchi” (té tradicional de gran importancia espiritual). El proceso de sedentarización y de concentración poblacional en un único lugar, hizo que disminuyera la movilidad del grupo, además de que creó conflictos entre diferentes grupos (Campanha Javari, 1986).
En 1987, los Matis se mudan a un área cercana al río Novo y, en 1993, se establecen en la margen izquierda del río Ituí, antes del igarapé Jacurapá (Campanha de Javari, 1986). Ya en 1998, al sentirse cercados por los Marubo del alto Ituí (río arriba), y por los Marubo del antiguo PI Ituí en la desembocadura del río Novo de Cima (eso sin hablar de la falta de algunos recursos), los Matis deciden construir una nueva aldea en el igarapé Aurelio (río abajo). Muchos de ellos viven en ese lugar hasta el día de hoy, distribuidos en tres (3) grandes malocas en la desembocadura del igarapé.
A partir de 2005, veinticuatro (24) años después de las traumáticas epidemias, los grupos familiares comienzan a organizarse de acuerdo a su patrón tradicional. Uno de esos grupos familiares deja la aldea Aurelio y se va a formar otra comunidad a cuarenta y cinco kilómetros (45 Km.) en línea recta de la primera. Ésta nueva aldea va a llamarse “Beija Flor”.
Con el crecimiento poblacional, son retomadas algunas prácticas rituales que habían sido abandonadas después de la muerte de los viejos y de los chamanes, quienes son los principales detentores del saber tradicional (Erikson, 1991). En 1986 por ejemplo, los Matis retomaron la ceremonia mas importante: el rito de tatuaje. En ese año, veintiséis (26) jóvenes aceptaron ser tatuados y tan solo dos (2) se negaron, demostrándose así la reaparición del interés por las prácticas tradicionales.
Este ejemplo contrasta con el saudosismo (viene de la palabra “saudade” en portugués, y hace referencia a la sobrevaloración o nostalgia extrema del pasado) del grupo en 1995, cuando los Matis decían que el tatuaje había desaparecido debido a su proximidad con los no indios y a la muerte de los mas viejos (ya que ese ritual se considera que esta lleno de peligros sobrenaturales que solamente los últimos conocían).
En algún momento entre los años 1993 y 1998, así como en el año 2002, otro par de rituales de tatuaje fueron realizados. Fue una sorpresa para todos aquellos que conocían de cerca de los Matis, puesto que consideraban que ese rito había sido completamente abandonado, especialmente por la vergüenza que los mas jóvenes tenían de presentarse delante de los no indios con el rostro tatuado –marca irrefutable de su identidad étnica.
Actividades productivas
La caza con arco, con cerbatana y con escopeta, es la actividad masculina mas valorizada entre los Matis (Erikson, 1987). Los animales mas cazados son el “pecarí de collar” (Tayassu tajacu - mamífero artiodáctilo que tiene una mancha blanca en la base del cuello que parece un collar), el “pecarí barbiblanco” o “cafuche” (Tayassu pecari -mamífero artiodáctilo que tiene una mancha clara en la base de la boca o en torno a los labios), la danta, el oso perezoso, el mono “araña negro” (Ateles sp.), el mono barrigudo (Lagothrix), el mono zogue zogue (especie de Callicebus), el mono boca blanca (especie de la familia de los Callitrichidae), el sakí cariblanco (Pithecia pithecia) y el caimán o yacaré. También son cazadas las guacamayas, el paujil (Crax sp.), las pavas negras y los inambú gallina o tinamú gorgiblanco (Tinamus guttatus).
Los Matis pueden realizar la cacería en barriales o pantanos, y también usan trampas. Para matar los monos prefieren usar la cerbatana. El veneno para las flechas, o sea el curare, es preparado a partir de un tipo de liana que es recolectada (Melatti, 1981).
La agricultura entre los Matis es realizada a partir de cultivos itinerantes montados sobre áreas quemadas. Las chagras son porciones de bosque derrumbado, quemado y cultivado que van siendo progresivamente abandonadas a medida que sus rendimientos disminuyen. Es importante destacar que esos “campos” no son permanentes: cada chagra es plantada una sola vez. Sin embargo, como toda chagra esta compuesta por diversos cultivos, la recolección se extiende por varios años en cada parte del área cultivada (Erikson, 1987).
Los productos esenciales de esas plantaciones son la yuca brava, el banano, el chontaduro y el maíz -alimento cuyo consumo es fundamentalmente ritual- (Melatti, 1981). Las principales especies pescadas son el “piapara” (Leporinus elongatus), el “cíclido perla” (Geophagus brasiliensis), el “cascarudo” o “cascudo” (Hoplosternum littorale), el “tararira” (también conocido como guabina, pirá, naró, tarucha o moncholo / Hoplías malabacicus), y el predilecto de las mujeres: el “pilaké” o “morena” (Electrophorus electricus). Todavía hay peces como la “piraña”, el “matipiri”, el “manamana”, el “curumatá”, el “pacu” y el “pirarucu”. Los Matis también capturan tortugas y taricayas (Podocnemis unifilis) junto con sus huevos (Melatti, 1981). Los principales productos de recolección son los frutos de la palma de seje o patabá, el buriti, el chontaduro, el cacao y el copoazú (Melatti, 1981).
Organización Social
Entre los Matis existe una subdivisión general de los seres en dos (2) categorías: los ayakobo y los “tsasibo”. Esto sugiere la presencia de un sistema dualista que es encontrado frecuentemente en las sociedades indígenas de America del Sur (Crocker, 1977). Al contrario de lo que generalmente se constata en esas sociedades dualistas, entre el sistema de los Matis la categoría “tsasibo” parece haber anulado a la categoría ayakobo: en lugar de que los miembros de la sociedad se repartan en dos (2) clases relativamente iguales, hoy en día casi todos los Matis reivindican el estatus de “tsasibo” desvalorizando a los ayakobo, los cuales son vistos como seres inferiores, ridículos y blanco de constante humillación.
A primera vista puede pensarse que todos los Matis son tsasibo, y a su vez, para ellos, las poblaciones vecinas (Marubo y Korubo en particular) son ayakobo. Pero rápidamente se ve que una parte de los miembros del grupo Matis -aunque se resistan a admitirlo- esta conectado al polo “ayakobo” debido a sus orígenes extranjeros (son descendientes de cautivos de guerra). Dos (2) de los hombres mas evidentemente ayakobo tienen como apellido nawan baku (“hijo de extranjero”), mientras un tercero es denominado “marubo” (nombre de una étnia vecina). Todas estas personas son descendientes distantes de mujeres raptadas de grupos indígenas vecinos. Sin embargo, tales raptos parecen haber ocurrido en un pasado bastante distante, ya que aparentemente, hace más de medio siglo no se da ningún conflicto. A pesar de que “nuestros ayakobo” o “extranjeros del interior” poseen un vínculo genealógico con extranjeros, casi no tienen relaciones con otros grupos indígenas de la región.
Así como las personas mas próximas pueden ser relegadas simbólicamente al exterior, también puede constatarse que los Matis incluyen en la categoría de los “tsasibo” a ciertos grupos indígenas vecinos, con los cuales no establecen ninguna relación regular -son los “tsasibo de afuera”. Simplemente hay que recordar aquello que los viejos enseñaron: este o aquel grupo (refiriéndose por ejemplo a los “Maya” o a los aislados “Quixito”) es “tsasibo”, mientras que éste o aquel otro (refiriéndose a los Marubo y a los Korubo -mas frecuentemente citados) son indiscutiblemente ayakobo.
Shobo Kimo, la casa comunal
La casa comunal, así como sus habitantes (los deshan mikitbo, “gente aguas arriba”), debe estar orientada en dirección “aguas arriba”. La casa tradicional Matis, de formato rectangular, posee en cada una de las dos (2) extremidad de su cubierta, una pequeña cobertura que sobresale (capucha), y que es llamada deshan (“nariz”).
De acuerdo con el modelo ideal, el shobo se dirige “aguas arriba”, al igual que una de las dos capuchas (narices) que sobresalen en la cubierta. Por eso, esa pequeña cobertura que sobresale y que está en la dirección mencionada, es conocida como “la nariz verdadera”: deshan kimo.
Nadie pensaría en orientar mal la casa en el momento de su construcción. Sin embargo, siempre existe la posibilidad de trasgredir el orden establecido por el curso de las aguas. De hecho, con las redes de dormir (hamacas) dispuestas en el sentido de la corriente, se corre el riesgo de dormir en diagonal y sufrir las mismas consecuencias desastrosas que se dan al bañarse en dirección “aguas abajo”: los niños corren el riesgo de voltearse contra el curso de su vida uterina, y de ese modo nacer “sentados” (situación que es bastante temida por las mujeres, pues aunque la madre sobreviva, el bebe corre el riesgo de pasar toda su vida con secuelas de un nacimiento traumático).
El buen curso del mundo y de la sociedad, se deriva de la orientación correcta de los individuos. Por eso es importante estar bien orientado tanto en el baño como en el descanso en la red de dormir (hamaca). La pertenencia a la comunidad de los deshan mikitbo requiere el respeto a un conjunto de restricciones.
Tradicionalmente, una aldea Matis se reducía a una gran casa comunal, la cual estaba cercada por plantaciones y pequeños refugios mas o menos distantes. En tales resguardos, los matis podían quedarse para reposar del trabajo en la chagra o para confeccionar artefactos, protegiéndose de las miradas de los demás y resguardándose de la lluvia y el sol.
Actualmente, sería ingenuo suponer que la configuración espacial y la composición sociológica de los grupos Matis, aún corresponde a los patrones tradicionales. Desde que los Matis viven en contacto regular con los “neobrasileros”, muchas cosas han cambiado. Entre los cambios está el de su arquitectura, en la cual se adoptó un nuevo tipo de construcción: la casa es construida sobre palafitas (una imitación de las casas de los ribereños de la región). Tales casas, muchas veces llamadas takpan (nombre de la madera de la cual son hechas), generalmente son denominadas “nawan shobo” (“casas de los blancos”). El nombre no sólo traduce el origen nawa (blancos) de su estilo, sino también su utilización, ya que esas casas sirven de depósito de los bienes de origen no indígena.
Luego de un largo periodo reunidos en una sola aldea (desde el inicio de la década de los ochenta), los Matis volvieron a organizarse (a partir de 2005) de acuerdo al antiguo patrón de ocupación territorial, donde es central la dispersión de los grupos familiares en aldeas diferentes.
Sho, la sustancia chamánica
El Sho es una sustancia característica de los chamanes y de los hombres importantes -justamente la fuente de poder. Ambivalente por excelencia, dicha sustancia presenta aspectos que a veces son positivos y a veces negativos. En el sentido benéfico se trasmite formalmente durante los rituales o “por contagio” (por ejemplo cuando alguien se acuesta en la red de dormir de otro). Asimismo, el “Sho” patogénico puede ser enviado voluntariamente (por medio de pequeñas cerbatanas), o involuntariamente, por medio de la exaltación por ejemplo. Por tanto, los Matis pueden imputar enfermedades a los blancos sin realmente culparlos y buscar venganza.
Íntimamente relacionado con el sistema de sabores, el Sho se presenta en dos formas básicas: bata sho (dulce) y sho comum, amargo (chimu). En su forma dulce, de esencia femenina, protege, mientras que en su forma amarga (masculina) es peligrosa. Se dice que estar enfermo o sufrir, literalmente es “quedar amargo” (chimwek).
Los blancos (nawa) que consumen mucha sal (alimento bata) y a su vez mucha pimienta negra (alimento chimu), son conocidos por su fuerte contenido de sho comum” (chimu) –de ahí las epidemias de las que son responsables- y, principalmente, de bata sho –de ahí su relativa “inmunidad” a las enfermedades-. Los Matis privilegian la forma básica chimu, y no logran el equilibrio entre bata y chimu que si alcanzan los blancos.
Antiguamente, con el fin de mejorar sus proezas en la cacería y, principalmente, de aumentar la eficacia de sus cerbatanas, los hombres Matis se abstenían de todo tipo de alimento bata (comida dulce como la papaya, la piña, la caña de azúcar, etc.), manteniendo así un régimen alimenticio y un ritmo de vida regidos por el signo chimu. Éste es un término polisémico que, además de amargo, significa el dolor, la agudeza y otras cualidades extremadamente valorizadas, pero cuyo exceso provoca el sufrimiento o la muerte.
Con el objetivo de cultivar el picante y el amargo (el chimu), los cazadores ingerían varios tipos de sustancias amargas o ácidas (pimienta cruda, té de lianas o bejucos amargos, curare pësho, varios tipos de vegetales no identificados, etc.); se inyectaban bajo la piel el “kampo” (veneno de sapo emético -vomitivo); se introducían un líquido irritante (“buchete”) bajo los párpados; y se azotaban unos a otros. De esa manera, el contenido de Sho en los hombres Matis se hacia máximo, lo que los dejaba orgullosos y los volvía los mejores cazadores. Pero, al mismo tiempo, de acuerdo con la teoría indígena, los exponía a varias enfermedades.
Tumui, el Matis que se consideraba que tenía más sho verdadero” (chimu “amargo”), se fue a la ciudad a hacerse un tratamiento para una infección benigna. Muchos creían que no sobreviviría al exceso de nawan sho (sho de los blancos” el cual es muy dulce/salado). La mujer de Tumui lloró lagrimas de luto por él.
Al contrario de los hombres, las mujeres, protegidas por a una alimentación “bata”, son consideradas menos amenazadas por los blancos, lo que tal vez explique su papel preponderante en los primeros contactos, cuando se colocaban en la delantera y muchas veces tomaban la iniciativa del diálogo con los “extranjeros” (CEDI, 1981: 85). De cualquier manera, es indiscutible que el simbolismo Matis aproxima el bata de lo femenino al del extranjero, y a su vez opone esos términos al “chimu”, al masculino y al endógeno [interno] (Erikson, 1990).
Tal vez desde la catástrofe demográfica ocurrida a inicios de los años ochenta, la actitud de los Matis en relación al Sho se ha modificado. De común acuerdo, decidieron vetar totalmente y abandonar la mayor parte de las prácticas destinadas a obtener el Sho, pues todos consideraban que era muy peligroso mantenerlas.
Ciertas prácticas dolorosas (chimu), aunque fuesen centrales en la vida ceremonial y ritual Matis, tuvieron que ser abandonadas. Los Matis comenzaron a percibir que tales prácticas podían volver demasiado vulnerables a los jóvenes del contagio de enfermedades y de la misma muerte (Erikson, 1987). El ají rojo no se volvió a plantar en las chagras y el colirio “buchete” (liquido irritante) dejó de ser usado. Los rituales en que los ancestros azotaban a los niños, o en los que los adolescentes eran tatuados, también cayeron en desuso. El número de adornos insertados en la piel (espinas labiales y nasales), así como los vectores de Sho, fueron reducidos con el fin de demostrar que sus portadores ya no podían aguantar muchos de ellos.
Todo lo que tienen que ver con el Sho puede devolverse en contra de las personas. Por lo tanto, en caso de un infortunio, son éstas las que se deben voltear contra el Sho y los productos destinados a obtenerlo. La generación anterior al contacto ya había abandonado el tabaco (ampushute) y los alucinógenos (kawaro). Después de la tragedia de las epidemias, también se hizo preciso moderar el consumo de productos amargos destinados al aumento de la caza. Sin duda, entre tales productos, el que se sintió con mas falta fue el “tachik” (bejuco del que se obtenía una bebida estimulante).
[De acuerdo con Hilton Nascimento, es de resaltar que en los últimos años, algunas de esas prácticas chimu volvieran a tener un uso corriente entre los Matis. Tal es el caso de la aplicación del colirio “buchete” –liquido irritante-; de la “inyección” de kampo; del azotamiento de jóvenes y de niños; del ritual del tatuaje; y de las visitas frecuentes de los “mariwin” (ancestros genéricos -impersonales- cuyo papel consiste en pegarle a los niños con el fin de volverlos mas disciplinados, activos y vigorosos) a las malocas, sobretodo en la época de abundancia de maíz. Con relación al “tachik”, solamente los mas viejos volvieron a usarlo, pues los más jóvenes no mostraron interés en su consumo -tal vez por que no se sentían seguros de utilizarlo constantemente].
Antes, los Matis procuraban aislarse para preservar su salud, y solamente buscaban el contacto con los “blancos” para conseguir “Sho amargo” (liana “tachik” y utensilios chimu). Al mismo tiempo, en esos encuentros con los “blancos”, los Matis evitaban el “bata sho” (que corrían el riesgo de contraerlo durante tales expediciones). Actualmente, aunque acepten instalarse en la órbita de la Funai para acceder a remedios, los Matis preservan su salud gracias al aislamiento.
Claramente, lo que decreto el abandono del “Sho” entre los Matis fue el miedo a la muerte y no el deseo por simplificar su vida. Sin embargo, no hay duda de que la desaparición brutal de los mas viejos, quienes podrían haber animado a los jóvenes a someterse a las reglas necesarias para la adquisición del “Sho”, favoreció esa nueva situación.
Al día de hoy, algunos adolescentes afirman que los viejos no sabían nada, que el azúcar y la sal (alimentos bata) son bendiciones y que felizmente las picaduras de serpiente ya no son tan “chimu” como antiguamente. En compensación, algunos adultos jóvenes demuestran una enorme nostalgia por el pasado, afirmando que extrañan aquella época en que podían cazar el día entero y bailar toda la noche sin sentir el mismo cansancio. Una época –de acuerdo con ellos- en que gracias al “Sho”, la caza no escaseaba tanto como ahora (la actual escasez de caza -innegable desde su sedentarización- es relativa).
Si el exceso de “Sho” continúa siendo invocado cuando se toca el tema de las epidemias, hoy en día también se habla de otro factor: el olor de los cartuchos de la dinamita utilizada por los pescadores en la época, lo cual habría causado, entre otros daños, la muerte de todos los oso perezosos de los alrededores.
En términos generales, también puede decirse que el “Sho” espanta menos que antes. Hoy en día es posible comprobar que las inyecciones de “Kampo” (veneno de sapo emético -vomitivo), volvieron a ser usadas corrientemente. Del mismo modo, mientras que al final de los años ochenta se negaba el uso de “Sho”, hoy es admitido que algunos hombres lo tengan, y hasta podrían, si quisieran, utilizarlo en detrimento de otro. Es mas, algunos cazadores ya no vacilan en almacenar varios potes de curare (veneno de caza). Hasta podría afirmarse que el aumento demográfico está siendo acompañado de una cierta reanudación de su autoconfianza de los Matis.
Los Mariwin: espíritus ancestrales
Omnipresentes en los discursos dirigidos a los niños, los mariwin son ancestros comunes (impersonales) cuyo papel consiste en pegarle a los niños, con el objetivo de fortalecerlos, disciplinarlos y volverlos mas activos y vigorosos.
Muchas veces, representando a los espíritus ancestrales, llegan a la aldea adultos adornados con mascaras, aprovisionados de varas, moviéndose, encorvándose y gruñendo de modo muy miedoso. Los niños son llevados hacia ellos, y a menos que consigan escapar, todos son azotados, desde los mas niños hasta los preadolescentes.
Los golpes no son dados por hacerles mal a los niños, sino para agrandar y tonificar sus musculatura. Los látigos de los “mariwin” son hechos de tronco de una palmera llamada “daratsintuk”, y cada tronco, partido o no, sólo puede ser utilizado una vez para un solo látigo. Se percibe entonces la naturaleza individualizada de la conexión entre la palmera y cada niño, con lo cual se sugiere que, así como las plantas medicinales y las agujas del tatuador (usadas también una única vez), los golpes dados por los “mariwin” tienen un valor propiamente terapéutico y preparatorio.
Golpear hace crecer: cuando hay escasez de vegetales, cuando las legumbres comienzan a faltar, los Matis, para acortar el periodo de entre-zafra, se ponen sus ropajes y ornamentos ceremoniales y golpean las plantas de su huerta con el fin de incitar su desarrollo (crecimiento y maduración). Los niños también son azotados y punzados en las encías desde la edad de dos (2) o tres (3) años. Tales golpes anticipan aquello que vendrá en seguida, inauguran una vida marcada por la fustigación y las punzadas “terapéuticas”, entre las cuales se destacan las perforaciones ornamentales, los tatuajes y las acción de los mariwin (marca de los rituales de azotamiento).
De hecho hay dos (2) tipos de mariwin, los put (son “rojos” con todo el cuerpo cubierto de lama ocre - anaranjada) y los wisu (son “negros” y están cubiertos de tierra grisácea). Los rojos, los cuales son vistos como los mas cercanos a los vivientes, provienen de lugares distantes donde antiguamente vivían los Matis: de las chagras abandonadas que sólo son frecuentadas para la recolección de chontaduro, ya que no producen mas plantas de consumo cotidiano como yuca brava y banano. Por su parte, los negros vienen de mucho mas lejos: de los huecos que se hacen en los bancos de arena que se crean en las márgenes de los grandes ríos. Supuestamente sus golpes hacen mas mal a los niños que ellos poco conocen, pues de ese modo no necesitan preocuparse en golpear menos. En términos generales, como acostumbran decir los Matis, ellos son mas distantes.
Ornamentos faciales
Innegablemente, el contacto perturbó la relación de los Matis con sus ornamentos. Algunos cayeron en desuso, mientras otros nuevos elementos fueron incorporados y pasaron a ser usados como adornos tradicionales (lo que significa que solamente eran utilizados a partir de una cierta edad).
Los hombres Matis mas viejos, se quejaban de los jóvenes que se parecían a las mujeres y a los “nawa” (blancos). Antiguamente, ellos decían que los adultos usaban todo el conjunto de ornamentos. Pero en las últimas décadas, son raros los que no abandonaron su uso. Sin embargo, no es porque el ideal de ornamentación ya no se realice que los Matis perdieron la memoria del orden (descrita abajo), dentro de la cual los ornamentos deben ser adquiridos y acumulados.
La secuencia de los ornamentos
A partir de los cuatro (4) o cinco (5) años, los niños Matis sufren su primera perforación en el lóbulo de la oreja. Después de ello, pueden insertarse una varilla bien fina conocida como “el primer paut ” (arete o pendiente de oreja). Progresivamente, a lo largo de los años, el diámetro de los palos de madera insertados va aumentando, hasta que se pueda –así el hueco alcance la medida de un dedo- sustituir por un disco o platillo circular llamado tawa.
Algunos años después de la perforación de la oreja del niño (aproximadamente a los ocho años), se le perfora la nariz para introducir el primer par de demush, “vibrissa” o pelos que crecen en la cara de un mamífero (son agujas negras y finas hechas de las fibras de un tipo de palmera). Al igual que la perforación recién mencionada, el proceso de perforación continua repitiéndose durante varios años. El número de demush aumenta hasta que la nariz este casi totalmente recubierta (aproximadamente puede llegar a tenerse una decena de demush por cada agujero nasal).
La etapa siguiente consiste en abrir el septo nasal para insertar el pendiente llamado detashkete. En este caso, continua el principio de alargamiento progresivo, pero como en el caso de los “paut” (pendientes o aretes de oreja), solamente los hombres alcanzan el último nivel en el que se sustituyen las varillas y se introduce el mas sofisticado detashkete (artefacto hecho de una parte de la concha de los moluscos gastrópodes).
Posteriormente, en el tiempo de la pubertad, llega el momento de abrir el labio inferior. En la época de las primeras relaciones sexuales, las mujeres comienzan a usar el kwiot (“adorno labial”), el cual es hecho de madera clara, y son muy cuidadosas con el. Inversamente, los hombres dan menos atención a sus labios, que son bien menores. Generalmente, los jefes de la familia usan mas un tipo de adorno labial que es hecho de madera negra. Sin duda, los hombres dan menos importancia a esos adornos por que ellos poseen otro ornamento que es puesto en el labio superior. Es bien sabido que, para ese pueblo, lo “bajo” es femenino y lo “alto” masculino (por ejemplo, la red de dormir del hombre siempre es colocada en cima de la red de dormir de la mujer).
Siguiendo la periodicidad de los rituales Matis, dos o tres años después del primer kwiot –algunas veces antes-, llega el tiempo de los primeros musha (los “tatuajes”): se hacen dos líneas sobre la sien, mientras que las mejillas son dibujadas al momento de ritual, que es el acontecimiento culminante en la vida ceremonial de los Matis. En el ritual, jóvenes de ambos sexos son tatuados simultáneamente y de manera idéntica, ya que el motivo es el mismo para todos.
Entre los diez y seis (16) y los veinte (20) años, cuando son ya plenamente adultos, los hombres se perforan el rostro en el área que separa la región maxilar de las mejillas. Después de eso, se hace posible introducir los mananukit (varillas relativamente gruesas y largas, que son hechas de madera de un tipo de palmera negra). Como en el caso de los adornos kwiot, antes, el número de mananukit utilizados era mucha mayor a los que se usan actualmente.
En el transcurso de la segunda ceremonia del tatuaje, cada joven es tatuado primero en su mejilla izquierda y luego en la derecha, con una serie de líneas paralelas (entre seis y ocho). Pero hay que tener en cuenta que el número de líneas dibujadas en cada mejilla no es el mismo. Se debe resaltar que a lo largo de un mismo ritual, ciertos jóvenes son tatuados en la sien y en la frente, mientras que los mas viejos son sometidos a la misma operación, pero en sus mejillas.
Los Matis insisten en una diferencia: la primera intervención (frente/ sien) es mas dolorosa que la segunda (mejillas). La adquisición gradual de los ornamentos va marcando, literalmente, las etapas de maduración individual según un orden pre-establecido. No hay nada de sorprendente en relación a eso, ya que los Matis poseen una visión bastante lineal de la existencia –la cual es vista como una sucesión de etapas pre-ordenadas. Una evolución progresiva en dirección a una vejez altamente idealizada.
Para los Matis, las cuestiones de la edad relativa al momento del proceso de maduración, poseen una gran importancia: explican que cada cosa debe ir a su tiempo, por eso cualquier alimento o saber es jerarquizado. Por ejemplo, las carnes son introducidas progresivamente en la alimentación; se debe cazar con cerbatana antes de comenzar a cazar con arco; es necesario saber hacer una red de dormir (hamaca) antes de aprender a hacer cerámica, etc. Las técnicas y el saber deben ser adquiridos gradualmente, y la adquisición de ornamentos no se sale de esa lógica.
Impuestos según un orden predeterminado, los ornamentos constituyen y representan niveles de edad, con lo que se da un contorno eminentemente concreto a la predominancia jerárquica que los Matis le reconocen a la adultez. Con ello, se subraya también la importancia que estos indígenas atribuyen a los procesos de maduración y a las cuestiones de edad relativas a dichos procesos.
La ceremonia de los Musha
Como ya vimos, los Matis también se refieren a si mismos como “mushabo” (“gente tatuada”) o como “wanibo”, (“gente del chontaduro” -por que las espinas utilizadas para tatuar son sacadas de la palma de chontaduro). Además, hay que resaltar que “musha” también significa “espina”. Los tatuajes Matis, así como los de otros grupos Pano, son un poderoso denominador común: el sentido de pertenencia a una comunidad es definido por la existencia de las marcas faciales. Como los tatuajes presentan un único motivo gráfico, permiten que todos los Matis, independientemente de sus orígenes, se autodefinan como mushabo.
Desde las últimas décadas del siglo XX, los Matis dieron una nueva significación a sus ornamentos y especialmente a sus tatuajes: ahora están ligados a la emergencia de una identidad colectiva “Matis”. La reaparición del ritual de los musha en 1986 (después de un periodo de diez años de abandono), estaba relacionada con la afirmación de una identidad distinta y opuesta a la de los “nawa” (no indios).
No cabe duda de que la ceremonia del tatuaje de los jóvenes, representa el eje central en torno al cual se articula la vida ritual Matis. Sin embargo, desde el punto de vista del individuo, dicha ceremonia es una etapa entre tantas otras del ciclo de formación de la persona, un proceso continuo e inscrito en una duración que no se limita a la vida física.
El ritual de los “musha” se caracteriza por la desmesura y por la distribución de intensas actividades. La ceremonia ritual puede durar hasta quince días (15), y siempre es precedida por una o varias semanas durante las cuales se realizan los preparativos de la fiesta: los hombres, ya desprovistos de sus ornamentos habituales, se encargan de moquear la carne (ahumarla), mientras las mujeres producen la bebida y potes nuevos para almacenarla y brindarla en la ceremonia.
Durante la fiesta, los “mariwin” (los espíritus ancestrales de los que ya se ha hablado), en vez de aparecer de manera aislada y momentánea, aparecen en masa y todos los días del ritual. Por la noche, en lugar de dormir, todos bailan dentro de la maloca imitando cómicamente a los animales.
Mientras se desarrolla la fiesta, los Matis están activos, movilizándose y trabajando día y noche durante todos los días. Pueden hacer de todo menos mostrarse perezosos (“chikeshek”). En todo el periodo ceremonial, las drogas vegetales (tachik) y el estímulo físico ayudan a mantener el ritmo, y el descanso es prohibido (teóricamente). Por lo que las mujeres, para librarse de la tentación, quitan sus redes de dormir desde el amanecer hasta el crepúsculo. El reposo vendrá mas tarde, después del momento culminante de la fiesta: la tatuada de los adolescentes (de ambos sexos), quienes entran en un periodo de reclusión total (por cinco días), el cual va disminuyendo gradualmente a lo largo de los años.
El tatuaje es hecho con agujas mojadas de una pasta negra (mezcla de resina de papaya, huito -o jagua- y un compuesto obtenido de la quema de las hojas de “nimen” y “timpa” -plantas no identificadas). El proceso, que como fue dicho es mas doloroso en la sien y en la frente que en las mejillas, es vivido por niños y niñas como una prueba difícil y peligrosa en la cual se ven sus rostros ensangrentados pero repletos de orgullo, puesto que han probado su valentía a todos aquellos que estaban presentes, y en particular, a los ancianos, los “mariwin”. Éstos últimos, aunque sean omnipresentes a lo largo de toda la ceremonia, no participan directamente del acto de tatuar. Pero indirectamente hacen parte del acto, por medio de sus emisarios metonímicos: las espinas de chontaduro y la resina de papaya.
Los tatuajes recién hechos son bastante frágiles y exigen tener precauciones. Los Matis dicen que después de la ceremonia por ejemplo, es necesario bañarse para limpiar la sangre de las heridas y así facilitar la sanación de cada una de las marcas tatuadas. Después de la operación, los jóvenes no pueden salir de su reclutamiento durante los primeros días, a no ser que sea en grupo y vistiendo un sombrero bastante peculiar: para los hombres el “tukuru” y para las niñas el “shaë”.
Rituales de entierro
Cuando alguien muere es puesto en posición fetal, luego envuelto en una red y finalmente sepultado dentro de su recinto en la maloca. La superficie del lugar donde se entierra al difunto es nivelada con barro pisado. Posteriormente, la maloca es abandonada y después de algunos días quemada. Según Paula (1969: 20-21), las pertenencias del fallecido son sepultadas con el, su red de dormir (hamaca) es colocada sobre su cabeza, y sólo después de eso la fosa es tapada. Aquellos objetos que no pudieron ser sepultados junto al difunto (cerbatana, arco, flechas) son quemados posteriormente.
Hace muchos años, en el caso de la muerte de un indio Matis en “Atalaia do Norte”, el jefe del Puesto de la Funai fue reprendido por haber devuelto los adornos y las pertenencias del muerto a su familia, en vez de haberlas sepultado con el cadáver en la ciudad. Sus pertenencias fueron quemadas junto al Puesto y en la maloca en que vivía. Un tiempo mas tarde, fue incendiada una maloca próxima al Puesto, la cual había sido construida por los Matis -el difunto había ayudado en la obra- para albergarse cuando visitaban la ciudad.
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