De Pueblos Indígenas en Brasil
Foto: Marlinda Melo Patrício, 1999

Kuruaya

Autodenominación
¿Donde están? ¿Cuántos son?
283 283 (Siasi/Sesai, 2020)
Familia linguística
Munduruku
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Históricamente el contacto con el colonizador trajo a los Kuruaya una desestructuración de la vida en sus aldeas del río Curuá, a causa del trabajo forzado en los cauchales y castañales. En el siglo XVIII y XIX fueron conducidos por los jesuitas en “descimentos forçados” [En Brasil, expedición, en dirección al interior, con el objetivo de capturar indios para esclavizarlos] hasta la aldea misión Imperatriz o Tauaquara que fue el embrión de la ciudad de Altamira. Las consecuencias de este proceso fueron desastrosas, tanto que en la década de 1960, se los llegó a considerar extintos. En los años siguientes tuvieron su identidad indígena cuestionada o ignorada, pero la conquista de sus tierras les garantizó el reconocimiento de su identidad étnica. Hoy viven en un movimiento pendular entre la aldea y la ciudad, que busca garantizar sus derechos de ciudadanos indígenas.

 

Nombre

Los documentos disponibles sobre los Kuruaya presentan diferentes grafías y hacen referencia a este pueblo como Kuruaia, Caravare, Curuari, Curiveré, Curubare, Curuahé, Curuerai, Curuara, Curuaye, Curueye, Curiuaia, Curuaya (Cf. Nimuendajú (1948:221). Los ancianos afirman que el nombre se relaciona al río Curuá, un subafluente del río Xingu, donde se establecieron después que migraron del río Tapajós, posteriormente a una división con los Munduruku.

Lengua

Mulheres Kuruaya e Xipaia. Foto: Marlinda Melo Patrício, 1999
Mulheres Kuruaya e Xipaia. Foto: Marlinda Melo Patrício, 1999

Del tronco Tupí, la lengua Kuruaya es de la familia Munduruku, según afirma el lingüista Aryon Rodrigues (1995). La aldea esta compuesta por una población joven que habla portugués y conoce palabras sueltas de la lengua materna. Hasta el año 2000, había sólo un anciano Kuruaya que hablaba fluidamente la lengua en la aldea.

En Altamira, ocho viejos de etnia Xipaya e Kuruaya, que viven en el local hace 45 años, hablan la lengua nativa.

Localización y población

En 2003, la Terra Indígena Kuruaya, en la margen derecha del río Curuá, subafluente de la cuenca del Xingu, estaba constituida por una aldea y cuatro agrupamientos familiares. La aldea Cajueiro, estaba compuesta por 115 personas y tenía 12 residencias, centro indígena, escuela, centro de salud, casa de harina, cancha de fútbol, depósito, cementerio, plantaciones familiares y comunitarias y un local reservado a la Companhia de Pesquisa de Recursos Minerais - CPRM (Compañía de Investigación de Recursos Minerales). Se contrataba un Kuruaya para garantizar la manutención de los equipos y hacer la lectura hidrográfica en el nivel del río, la intensidad pluviométrica, y recolectar otros datos.

Bairro Açaíral. Foto: Marlinda Melo Patrício, 1999
Bairro Açaíral. Foto: Marlinda Melo Patrício, 1999

Los Kuruaya que viven en Altamira viven junto a otros grupos étnicos, que en otros tiempos fueron también misionados: Juruna, Kayapó, Arara, Xukuru, Karajá, Guarani, Guajajara, Xavante, Kanela y Xipaya. Muchos de estos grupos mantiene en la ciudad lazos de parentesco desde la época de las primeras incursiones colonizadoras. Particularmente, la historia de los Kuruaya y de los Xipaya se mezcla en Altamira, donde hay una gran cantidad de intercasamientos. 

Bairro São Sebastião. Foto: Marlinda Melo Patrício, 1999
Bairro São Sebastião. Foto: Marlinda Melo Patrício, 1999

Es común que los Kuruaya citadinos tengan relaciones con sus parientes en la TI Kuruaya, pero generalmente son los aldeanos que visitan a los parientes de la ciudad. El tiempo de traslado desde la aldea Cajueiro hasta Altamira, varía de acuerdo a la estación (seca o lluviosa) y de acuerdo al tipo de embarcación. En el verano, una lancha con motor de 40 HP lleva seis días de trayecto y en invierno cuatro días. Con un barco de 22 HP se lleva 17 días en el verano y en invierno diez días.

Historial del contacto

Histórico da ocupação Kuruaya dos séculos XVII a XIX. Mapa: Marlinda Melo Patrício, 1997.
Histórico da ocupação Kuruaya dos séculos XVII a XIX. Mapa: Marlinda Melo Patrício, 1997.

Las fuentes históricas disponibles sobre la región indican que los Kuruaya siempre vivieron a lo largo de los ríos Iriri y Curuá, afluente y subafluente por la margen izquierda de la cuenca del río Xingu, respectivamente. La Tierra del Medio es un área de grande circulación, muy recordada en los relatos de los ancianos, según este pueblo, abarca el área del río Jamanxim hasta el río Xingu, y es probable que llegue al río Tapajós, de donde el grupo que vino a ser los Kuruaya migró, después de una división con los Munduruku.

Los escritos de padres, viajantes, científicos y gobernantes del Para, mencionan a los Kuruaya desde el siglo XVII. La expedición de Gonçalves Paes de Araújo, presidente de la provincia en 1685, contó con la participación de estos indígenas como ayudantes.  Los documentos mencionan que hablaban la lengua general y tenían aproximadamente veinte aldeas en la región de los bajos y medios Xingu.

El informe del presidente de la Provincia de Pará, Francisco Araújo Brusque (1863), hizo un reconocimiento de la situación precaria de los indios, mencionando la región de Xingu y sus habitantes. 

Prosiguiendo el esfuerzo de recolectar informaciones seguras sobre las hordas salvajes de esta provincia, que escaparán al cuadro de mis observaciones ofreciendo vuestra censura en la sesión del año pasado, logré reunir nuevos, y más amplios datos sobre los Indios que habitan las tierras bañadas por el río Xingu, a partir de sus cascadas para arriba… Trece son las tribus salvajes que habitan aquellos parajes, quizás las más fértiles de esta provincia: Juruna, Tucunapenas, Juaicipoias, Urupayas, Curiaias, Peopaias, Taua, Tapuiara, Tapuiaia, Eretê, Carajás, Mirim, Carajás, Pouis, Araras, Tapaiunas, para destacar las etnias en cuestión: (...) En cuanto, a los Curuaias: es bastante extensa esa tribu. Tiene la sede de su residencia en el centro de la selva y a no poca distancia de las márgenes del gran río del lado occidental. Son más bravos e intrépidos que todos los otros de las otras tribus. Sólo tienen relación con los Tucunapenas, que las cultivan, aunque, con muchas reservas… Evitan aproximarse al río y cuando en alguna ocasión sucede que salen a las playas, se muestran aterrados y confusos." 

En el siglo XVIII y XIX, los Kuruaya fueron alistados para trabajar en los cauchales, en la extracción del caucho y la castaña y posteriormente, cuando estos productos tuvieron poco valor en el mercado, la extracción de pieles de animales empezó a tener una gran demanda en el mercado, abriendo un nuevo tipo de economía local. Otra actividad que ejercían los Kuruaya era la de macheteros y señuelos en las expediciones de contacto. O sea, se colocaban al frente de las expediciones para abrir el camino o atraer a los indígenas rebeldes.

Las constantes migraciones de los Kayapó rumbo a la desembocadura del río Xingu, la expansión por el este de los Munduruku y por el oeste de los Carajá, se sumó al frente de expansión de los caucheros que entró por la desembocadura del río Amazonas y subió el río Xingu, recorriendo los afluentes y entrando en contacto con etnias que allí vivían.

Índios e colonos nas proximidades do Cajueiro na Semana Santa. Foto: Padre Angelo Pansa, 1985.
Índios e colonos nas proximidades do Cajueiro na Semana Santa. Foto: Padre Angelo Pansa, 1985.

Curt Nimuendajú, que realizo trabajo de campo en los ríos Xingu , Iriri y Curuá de 1916 a 1919, informa que los Kuruaya formaban parte de un gran número de etnias que vivían en el bajo y medio Xingu, junto a los Xipaia, los Juruna (Yudjá), los Arupaí (extintos), los Tucunyapé (extintos), los Arara y los Asuriní. El etnógrafo hace referencia a un ataque que emprendieron los Kuruaya, en 1883, contra los caucheros en el río Jamanchim. También menciona que los Kuruaya sufrieron ataques de los Kayapó y de los Munduruku en 1885. Aproximadamente, en 1896, habitaban la selva en la margen oeste del río Curuá, según informaciones que los Juruna y Tucunyapé le llevaron a Nimuendajú. Asimismo, consideraban su territorio los afluentes de la margen derecha del río Curuazinho, Bahú y Flechas.

A lo largo de este proceso histórico, los relatos describen una migración pendular, marcada por un movimiento de ida y vuelta del río Iriri y Curuá a las márgenes del Xingu con el igarapé1 Panelas, donde estaba la aldea-misión Tauaquara. La misma fue incorporada al centro mercantil de la ciudad de Altamira, y en el siglo XX se fue transformando en el barrio São Sebastião.

A principios del siglo XX, Emília Snethlage, jefe de la sección de Zoología del Museo Paraense Emílio Goeldi (MPEG), utilizó a los Kuruaya como guías durante la expedición exploratoria para encontrar la convergencia de los ríos Xingu y Tapajós. Alrededor de 1913, la misma investigadora volvió a campo y retomó el contacto con sus informantes indígenas y siringueiros, actualizando las informaciones sobre los dos grupos. En este período, ya estaban restrictos al igarapé de las Flechas, bajo el comando de Xipaia Manoelzinho. Existían tres aldeas en el lado oeste con aproximadamente 150 habitantes. 

Cuando Snethlage reencontró a los Kuruaya, en 1918, el proceso de contacto ya estaba avanzado. Las aldeas en el interior de la selva tenían puertas y la forma era rectangular con un cuarto en el medio, adonde el chamán se retiraba. Usaban utensilios domésticos que producían y que los siringueiros les regalaban.

Nimuendajú mencionó que la aldea del río Iriri y Curuá fue atacada por los Kayapó-Gorotire em 1918, pero fue sólo en 1934 que el local fue ocupado y los Kuruaya obligados a esparcirse: algunos siguieron al Tapajós, otros se dispersaron a lo largo del río Iriri y otros tantos se juntaron con los pocos Xipaia que vivían cerca del Gorgulho do Barbado. La estimativa del etnógrafo, es que en total se habrían quedado en la región aproximadamente 30 personas. La diáspora ayuda a comprender porque se consideran extinguidos en los estudios realizados en la década de 1960.

En la década de 1950, los Kuruaya trabajaban como empleados en los cauchales. En los años 1970-80, estaban desparramados a lo largo del río Curuá, en forma de pequeños núcleos familiares, en locales como Fazenda, Riozinho do Anfrísio (afluente del Iriri), Cajueiro Velho y Cachoeira de São Marcos. La retomada de la organización social fue realizada por la pareja João Lima y María das Chagas Lopes Kuruaya en el Cajueiro Velho. Esto fue posible cuando se conoció el oro aluvial que atrajo tanto a los indígenas como a los mineros. En un primer momento, la pareja pudo ganar su sustento del porcentaje de oro que se extraía, lo que permitió la construcción de una infraestructura mínima con un Centro indígena. En un segundo momento, no obstante, las empresas mineras empezaron a actuar y los Kuruaya empezaron a ser víctimas de violencia física.

População Kuruaya na confluência dos rios Iriri e Curuá. Foto: Padre Angelo Pansa, 1985.
População Kuruaya na confluência dos rios Iriri e Curuá. Foto: Padre Angelo Pansa, 1985.

En los años 1980, los archivos del Consejo Indigenista Misionario (CIMI) mencionan las dificultades que enfrentaban los Kuruaya, entre los cuales una carta de la institución y del padre Ângelo Pansa que se queja de la situación de presión, agresión, invasión armada y riesgo de vida, por las que pasaban las familias en el río Curuá, a causa de la presencia de las empresas mineras: Espeng Minérios y Minerais LTDA, Brasinor Mineração y Comércio LTDA (mina Madalena). La empresa minera Brasinor, citada en el documento, alegaba que había montado en la región una infraestructura que incluía una pista de aterrizaje, por lo tanto, tenían ciertos derechos sobre el lugar. Otras empresas, como Andrade Gutiarrez S/A, Mineradora Palanqueta, Minerador Souther Anaconda y Madalena Golde Corporation, también empezaron a actuar en los años siguientes. Los Kuruaya recuerdan la década de 1980, como el período en que el río Curuá quedó infectado de empresas mineras, que contaminaban con mercurio sus medios de vida.

Para revertir este cuadro, en esta época retomaron las condiciones para la pose de sus tierras y se empeñaron en la reorganización social y territorial. Las tierras localizadas en la margen derecha del río Curuá pasaron por un proceso de regularización territorial en 1985, cuando la Funai instituyó el Grupo de Trabajo para identificar y levantar datos sobre la ocupación, con el objetivo de definir los límites ocupados por los Kuruaya y Xipaia, que en esa época vivían juntos. El área identificada y delimitada, en ese momento, tenía una superficie de aproximadamente 13000 hectáreas. En 1988, a través de la Disposición 148 de 09/02/88, se clausuró el área, a causa de los desentendimientos provocados por la presencia de la firma Brasinor en el área indígena, habiendo necesidad de garantizar la vida y el bienestar de los indios. En 1991, el Parecer nº 067 y la Disposición nº 550/92 favorecieron la identificación realizada en 1985 que privilegiaba la corrección de los límites. El motivo fue el uso de las cartas de RADAM de la década de 1970 que eran poco precisas. A continuación, y con base en cartas más actualizadas del IBGE (Instituto Brasileño de Geografía y Estadísticas), considerando la presencia de los Xipaia, la superficie de la tierra se amplió a 19450 hectáreas con un perímetro aproximado de 95 km.

En 1993, los Kuruaya reivindicaron de la Funai una nueva revisión de los límites del territorio demarcado. Alegaron, que áreas de castañales, cauchales y cocales que anteriormente explotaban, incluso áreas de caza, cementerios y viviendas antiguas, habían quedado fuera de los límites propuestos por el GT de 1985. En 1999, un grupo técnico de trabajo, inició un estudio sobre la ampliación, que contó con la participación de la comunidad. El estudio territorial de identificación y delimitación constató: a) incidencia sobre la tierra indígena de una ocupación no indígena con bienfechoría edificada en uso parcial; b) posible incidencia parcial de cinco inmuebles registrados sin ocupación efectiva; c) posible incidencia de ocho requerimientos, siendo cuatro para estudios y cuatro para extracción mineral, que muestran irregularidades en la ocupación de la tierra. El nuevo límite propuesto fue de 166.700 hectáreas y un perímetro de aproximadamente 232 km.

El trabajo del GT concluido apuntó la necesidad de continuar el Procedimiento Administrativo de Regularización del territorio de la Tierra Indígena Kuruaya, donde se comprobó la ocupación tradicional e histórica. A través del Despacho de 27.12.2001, firmado por el Presidente de la Funai y publicado en el Diario Oficial de la Unión/Sección 1 de 28.01.2002, el Informe circunstanciado de identificación y delimitación de la Tierra Indígena, se aprobó. El día 30.12.2002 el Ministro de Justicia firmó la disposición y declaró la TI Kuruaya de pose indígena permanente y determinó que la Funai realizara la demarcación jurídica y administrativa.

De acuerdo a los Kuruaya, en 1999, debido a una serie de protestas, de todas las empresas mineras, sólo la Brasinor se mantuvo en la región, con una producción de oro bastante escasa.

Los Kuruaya que vivían en Altamira no tuvieron mejor destino. Sobre todo a partir de los años 1970, ese municipio tuvo un papel fundamental en el proceso de colonización de la Amazonía, como polo de atracción de las corrientes migratorias de no indígenas hacia la región

Los Kuruaya en la historia de Altamira

Bairro São Sebastião. Foto: Marlinda Melo Patrício, 1999
Bairro São Sebastião. Foto: Marlinda Melo Patrício, 1999

La historia de los Kuruaya en el área que hoy comprende la ciudad de Altamira empieza con la llegada a la región de Xingu del Padre Roque Hunderfund, de la Compañía de Jesús, en 1750, responsable por la creación de la “Misión Tavaquara” (o “Itaquara”, o “Tauaquara”), que concentró indios Kuruaya, Xipaia, Arara, Juruna y, posiblemente otros pueblos que la historiografía no registró. Esa empresa religiosa tenía, entre otros objetivos, catequizar “almas” a través de los “descimentos” forzados de los indios con el propósito de formar reducciones.

Con la pérdida del poder temporal, en 1755, por la ley Regia (decretada en 1.757), el ministro de Portugal Marqués de Pombal expulsó a la Compañía de Jesús. De este modo, todos los trabajos que mantenían se abandonaron, inclusive la misión Tavaquara que se iniciaba. Sin embargo, el local no dejó de ser habitado por los indígenas, siendo mencionado en documentos de viajantes y científicos.  

Algún tiempo después, hubo un intento de restructuración de la aldea realizado por el Padre Torquato Antonio Souza, que apareció en la región en 1841, llevando por segunda vez la cruz a Tavaquara, que cambió de nombre para “Misión de la Emperatriz”; y por los capuchinos italianos, Frey Ludovico Mazarino y Frey Carmelino de Mazarino, alrededor de 1868, que no tuvieron mucho éxito.

Foto: Marlinda Melo Patrício, 1999
Foto: Marlinda Melo Patrício, 1999

En el siglo XIX, el príncipe Adalbert de Prusia, realizó un registro importante de la ocupación del local, resultado de la expedición por el Amazonas – Xingu de 1811 a 1873. Se apostó en una pequeña isla en el río Xingu, Arapujá, localizada enfrente a lo que es hoy la ciudad de Altamira, y desde allí observó la misión Tavaquara. El príncipe realizó el siguiente comentario (1977: 179):

“A mediados del siglo anterior los jesuitas habían fundado una misión, a través del camino entre Tucuruí y el Anauraé, quedó en comunicación más próxima con Souzel que la llamó (Anaquera). Infelizmente esta colonia duró poco porque los últimos hijos de Loiola incumbidos de la catequesis de los Juruna paganos, debido a sus malas costumbres que poco armonizaban con su, tal vez excesivo celo de catequización, rápidamente perdieron la confianza de los indígenas y consecuentemente fueron asesinados por ellos.

Pasó casi un siglo sin que fuera posible llevar la luz de la fe más allá de las cataratas, hasta que dos años antes de que nuestro amigo eclesiástico Padre Torquato Antonio Souza apareciera en la región, 1º de noviembre de 1841, llevando por segunda vez la cruz a Tavaquara, dándole a la nueva colonia el nombre “Misión de la Emperatriz” lo que por su afable tacto y gran distribución de vasijas de porcelana, guijarros, mostacillas, herramientas etc… En la margen superior se reunía en la ocasión toda la población de Tavaquara: hombres, mujeres y niños, para ver a los blancos, que de alguna forma cuando estaban tan cerca, nos parecían menos raros”. 

El príncipe Adalbert, no sólo vivía con diferentes etnias en la isla, como también visitaba a los indios que vivían en la misión, con los cuales realizaba intercambios. Las actividades de pesca de gatero (cazador de gato de la mata y jaguaretés para comercializar la piel), y los que vivían en la misión continuaron con la actividad de extracción

Los relatos de los ancianos Kuruaya hablan de la existencia y localización de la misión:

juntos los Juruna, Xipaia y Kuruaya vinieron a la aldea misión, cuando la ciudad ni llegaba cerca del igarapé Panelas; vivieron lejos de la ciudad por un buen tiempo… era allá, donde hoy hay una castañera, al lado del barracón de la Oca Minerías hasta la boca del Panelas, era todo tierra nuestra, era mucha tierra” (entrevista grabada en octubre de 1999). 

El territorio de la misión comprendió un espacio que seguramente hoy no tenemos como mensurar, ya que las fuentes no indican la extensión de lo que fue la aldea, tal vez un trabajo arqueológico pudiera decirnos mucho más sobre la ocupación de este espacio, visto que recientemente derribaron una castañera que era una referencia para los indios y se encontraron muchos pedazos de cerámica indígena. Contamos sólo con las descripciones del príncipe Adalbert de Prusia, que apunta la posición geográfica de la aldea como si estuviera al sur, contraria al puesto comercial que fue embrión de la ciudad de Altamira; y de Henry Coudreau, en su expedición de 1896, del igarapé Itaquari pequeño afluente de la margen izquierda [de Xingu] más largo pero más seco que el Panelas”. El igarapé Itaquari fue soterrado, pero el igarapé Panelas es muy utilizado y actualmente sirve como referencia.

Los relatos de los indígenas sobre la extensión de las tierras que comprendían la misión, hoy abarca no sólo los limites del barrio San Sebastián como también incorpora otros tres barrios – Independiente I, II y III –, habitados por una población indígena y no indígena.

A principios del siglo XX, el barrio San Sebastián era conocido como Muquiço. En el lugar, los viejos indígenas dicen que había bodegones que frecuentaban tanto los indios como los no indígenas. Cuando volvían del trabajo en la ciudad o de los cauchales y castañales, hacían fiestas, bebían y se peleaban, principalmente los fines de semana. Se cree que a eso se debe el nombre Muquiço (Posilga). El barrio también era conocido como Onças (jaguaretés), porque en el local había un galpón donde se aprisionaban jaguaretés y gatos de la mata para comercializar posteriormente en el mercado de pieles.

La actual configuración territorial es el resultado de la incorporación gradual del territorio indígena a la ciudad. El proceso de colonización y organización político territorial no siguió los caminos para la constitución de un área indígena, resguardando el derecho de regularización del territorio. Al contrario, la desterritorialidad, y consecuentemente la pérdida de territorio, a lo largo del siglo XX, evitó la consolidación de un área indígena. La formación de un barrio, dentro de un contexto de desarrollo político, social y económico de la región, tuvo más fuerza. La pérdida del territorio está relacionada a la migración pendular que ejercían los ocupantes indígenas, que tenían en los ríos Xingu, Iriri y Curuá locales de trabajo en la primera mitad del siglo XX. Los hombres prestaban servicios como pilotos de barco, cazadores, extractores de castaña, del látex de la siringa y de los cauchos. Las mujeres en la ciudad prestaban servicios como empleadas domésticas, lavanderas, criadas de compañía, principalmente las más jóvenes. 

La mayor parte de estos servicios imponía una presencia intermitente en el local, agravada en la segunda mitad del siglo XX por la expansión inmobiliaria, que resulto en deudas impagables, ya que los “dueños” tenían sus títulos de propiedad registrados. Las epidemias de gripe y de sarampión, que diezmaron buena parte de la población, también se pueden computar como responsables por la fragilidad local. Finalmente, el proceso de crecimiento urbano, a partir de la década de 1960, los llevó a sufrir las compresiones resultantes del impacto del proceso de colonización, instaurado en la región por Instituto Nacional de Colonización y Reforma Agraria (INCRA).

La retomada de parte de ese territorio ha sido un deseo de la comunidad autóctona, que se manifiesta en sus reuniones. Aunque, conocen las dificultades, efectuaron un requerimiento a la Funai en la Carta S/Nº del 9 de noviembre del año 2000, donde solicitan la regularización territorial. En junio de 2001, se envió un Grupo de Trabajo para hacer un levantamiento básico de las informaciones sobre el área reivindicada por los indígenas urbanos de Altamira. Los resultados indicaron la necesidad de formar un grupo técnico para elegir un área para la Reserva Indígena, de acuerdo al artículo 27 de la Ley 6.001/73, destinada a los indios de la ciudad de Altamira. La previsión era que en el primer semestre de 2003, un antropólogo contratado por la Funai, realizara un Estudio Previo.

Organización social y política

Lourival Kuruaya, cacique da Aldeia Cajueiro, e sua família. Foto: Marlinda Melo Patrício, 1997.
Lourival Kuruaya, cacique da Aldeia Cajueiro, e sua família. Foto: Marlinda Melo Patrício, 1997.

La aldea Cajueiro está constituida por muchas familias nucleares vinculadas por lazos de parentesco cercanos. Las familias viven en casas individuales y los casamientos suelen ser entre primos Kuruaya de primer y segundo grado, entre primos Kuruaya y Xipaia de primer y segundo grado, o entre Kuruaya con no indígenas. Desde los tiempos en los que la región del Iriri/Curuá fue ocupada por los señores de los cauchales y castañales, los Kuruaya estrecharon sus relaciones de amistad con los Xipaia y constituyeron fuertes lazos de parentesco con sus antiguos enemigos. Pero la intensidad del contacto con la sociedad nacional hizo con que la mayor parte de los casamientos se realizara con los no indígenas.

Actualmente, existen dos núcleos de poder, el liderazgo y el cacique, que ejercen diferentes trabajos para atender los intereses de la aldea. El primero ejerce el papel de diplomático, negocia los intereses de su comunidad; como salud, tierra educación, legalización de la asociación, etc. ante los organismos gubernamentales, no gubernamentales, empresas mineras y asociaciones de otras etnias; asimismo, es el presidente de la Asociación del Pueblo Indígena Kuruaya (APIK), registrada legalmente en 2002. La relación con los parientes Kuruaya y Xipaia, que viven en la ciudad de Altamira, se mantiene fundamentalmente por su intermedio cuando se comparten los problemas.

El cacique de los Kuruaya es más joven y tiene el poder de mando en cuanto a la organización interna del grupo. Las decisiones que se deben tomar se discuten entre el cacique, el liderazgo y la comunidad, en la aldea, pero cuando no hay consenso siempre es la decisión del cacique Kuruaya la que prevalece. 

Ambiente y actividades productivas

Rio Curuá. Foto: André Villas Boas, 2002
Rio Curuá. Foto: André Villas Boas, 2002

El río Xingu pertenece a la Cuenca Hidrográfica Amazónica. Su naciente se encuentra en el Estado de Mato Grosso, donde baja en dirección al estado de Pará y llega a su desembocadura cuando se encuentra por la margen derecha con el río Amazonas. Sus aguas se mezclan y siguen un largo trayecto más, que desemboca en el océano Atlántico. El río Xingu, durante su recorrido dentro de Pará, tiene como principales afluentes los ríos Iriri y Curuá por la margen izquierda.

El régimen de sus aguas es ecuatorial perenne con crecidas en el verano. Los Kuruaya hablan de la dificultad que implica navegar en el período de agua baja, pues la cantidad de piedras que aparece puede destruir los barcos llenos de mercaderías, o hacer con que tengan que cargar los barcos pequeños mientras caminan a pie por largos trayectos.

En la región del Xingu, dominan pequeñas islas de la selva tropical densa (selvas umbrófilas), selva tropical abierta (selvas umbrófilas abiertas de palmeras y selva secundaria, lianas o bambú. Proyecto RADAM Brasil, 1992). 

La Tierra Indígena Kuruaya se localiza en la región de tipo climático que corresponde a las selvas tropicales con lluvias monzónicas Los propios Kuruaya clasifican a la selva como un local de tierras altas; también conocido como “chapada” (planicie) mata limpia o castañal, mata cerrada o “cerrado”; baixão, igapó o río; valle de grutas o valles de igarapés; y bosque o terreno pedregoso. 

El potencial agrícola del suelo es de fertilidad media, que los Kuruaya resuelven con una agricultura itinerante, donde utilizan la técnica de roça de toco, o sistema de coivara [Cantidad de ramas a las que se les coloca fuego en un terreno para cultivo para limpiarlo y abonarlo con las propias cenizas] que da tiempo para que el suelo vuelva a ser fértil. El período de descanso permite la formación de una nueva capoiera [Área de mata cuya vegetación anterior se cortó o quemó para cultivo u otros fines, y que se está renovando] y la madera que se pudre en el local sumada a la diversidad de las plantaciones ya cultivadas, recuperan la tierra.

La agricultura es una de las principales actividades y el cultivo de la mandioca brava, para la producción de harina, está vinculada a la producción de maíz, habas, yuca, cará, batatas, ñame, zapallo. También se cultivan algunas frutas como la sandía, banana, caña de azúcar, papaya, y piñas. El objetivo de los Kuruaya es plantar también cacao, frijoles, extraer aceite de copaiba y recolectar semillas de toda especie. El período de preparación del suelo limpio, derriba, quema y coivara y el período de siembra, manutención y cosecha lo realizan los hombres, no obstante, las mujeres y los niños también participan en el preparo del suelo, la siembra y la cosecha. En los meses de junio a noviembre se abren los terrenos, se inicia la siembra, y retiran los cultivos antiguos y en invierno, que es el período de las lluvias de diciembre a mayo, realizan la cosecha.

Alrededor de la aldea los Kuruaya cultivan árboles frutales, como mangos, bananeras, guayaberas, cajuelas, papayas, paltas, guanábana y urucú. En los agrupamientos familiares, como Favela, se mantiene un área de frutales que contiene acerola, palta, anonas, guanábana, naranja, mandarina, uva, guayaba, jaca, higuera de la india, lima y piñas. Asimismo, en las aldeas o en los agrupamientos familiares se mantienen, canteros colgantes o cercados en la tierra, de condimentos y de hierbas medicinales. Las hierbas más usadas son, vid, mastuerzo, jengibre, ruda, menta, cedrón, malva gruesa, albahaca y aloe vera. De algunos árboles como el algarrobo, guayaberas, y castañeras, los Kuruaya extraen la salvia, cáscara, hojas, raíces, flores para producir té, melados y otros para tratamiento de diferentes molestias. Usan también leguminosas como la Almendra Chiquitana (Dipteryx alata Vog)

Los ancianos Kuruaya recuerdan que la pesca se practica durante todo el año y que los peces apreciados son: tararira, pez lobo, bagre pintado, piraña blanca, babón (pez que parece tucunaré), boga, sábalo, palometa, pescada, surubí, manduví, piraiba, pintado, piraña, cadete y piraputanga. Las aguas del río Curuá permanecen ricas en peces y siguen siendo una fuente de alimento para la población de la aldea. Los instrumentos que se utilizan para pescar son: anzuelos, machete, lanza corta y arco y flecha, esto último más usado por los mayores. Raramente, los Kuruaya utilizan red, o caña, o cepos o cercados para peces o jequi o cesto para pesca. Esta actividad no es exclusiva de los hombres, algunas veces las mujeres y niños la practican.

La actividad de caza es otra fuente de alimento que se sigue practicando. El venado, mutum (ave galliforme) tatú, mono y carpinchos son muy apreciados. La actividad es esencialmente masculina y exige organización, planeamiento y conocimiento de los hábitos del animal que se va a cazar. Los instrumentos que se utilizan son: escopeta, flecha, arco, lanza y borduna (arma indígena de madera, de forma cilíndrica y alargada, con punta afilada) pero tampoco abren mano de la ayuda de un buen perro cazador y de trampas. Otro alimento a que los Kuruaya se refieren constantemente es la recolección de huevos de tortugas de agua dulce (tracajá) y el consumo de su carne para completar la alimentación.

Perspectivas

Apresentação dos Kuruaya no evento
Apresentação dos Kuruaya no evento

¿Qué significa ser un indígena urbano? ¿En que se pauta la diferencia cuando la ciudad es el lugar de morada? Las dos cuestiones se pueden entender a través del reconocimiento étnico y la territorialidad. El reconocimiento étnico urbano no se pauta en la tierra, en la cultura material o en la carga genética y sí en el autoconocimiento y en el reconocimiento de los pares y de los otros, los no indios, En Altamira, los indios forman parte del paisaje sociocultural desde hace más de dos siglos, caminan por las calles, hacen compras, van al banco y realizan todo tipo de actividad como cualquier otro habitante.

Tener un proyecto común puede ayudar a construir la identidad grupal. A partir de la segunda mitad de la década de 1990, esta comprensión pasó por redefiniciones y ampliaciones, pues los indígenas urbanos buscaron una forma más organizada de reivindicar sus derechos. La actuación individual es solitaria, toma otros rumbos cuando se organizan en el Movimiento de los indios Moradores de Altamira, que posteriormente se transforma en Asociación de los indios de Altamira (AIMA), legalizada en 2001. Los nuevos desafíos pasan por lograr un lugar para que la asociación funcione con un mínimo de infraestructura y entrenamiento para aprender a manejar los mecanismos burocráticos.

El día 12/10/99, en el evento “Grito de los Excluidos de América Latina”, organizado por el CIMI, los indígenas se presentaron en la ciudad de Altamira. Lograron aprender de los ancianos, el canto, la danza y a confeccionar sus ropas con fibras de palma y yute pintados con una mezcla de genipa americana verde pisado y mezclado con cáscara de jobo, transformada en carbón. La presentación obtuvo resultados muy positivos, mostró que el proyecto común era viable y que las instituciones como la Funai- que hasta entonces sabía que existían, pero no los reconocía- Funas, Secretaría de Educación, Ayuntamiento, Consejo tutelar y la Policía, percibieron que había otra parcela social indígena que tenía las mismas aspiraciones que los ciudadanos no indígenas y que no se podía ignorar más su presencia.

El fin de los años 1990 quedó marcado por la búsqueda del reconocimiento étnico de Altamira, expreso por las reivindicaciones y conquistas realizadas en torno a la salud, primero para mejor la atención en el centro de salud indígena para los aldeanos, segundo, la necesidad de hacer un censo de los niños que estaban sin registro, adultos sin documentos de identidad, libreta de trabajo, título de elector, CPF (Registro de la Persona Física), jubilación, relevamiento del número de indios urbanos y ribereños; y tercero, la necesidad de incluir a los indios urbanos en la atención dentro del proyecto/ Convenio entre FUNASA (Fundación Nacional de Salud) y el Ayuntamiento de Altamira. Posteriormente, las acciones de liderazgo urbano informan a los otros movimientos indígenas sus experiencias, en los encuentros, seminarios y asambleas. 

En cuanto a los Kuruaya aldeanos, hoy están seguros que la conquista de sus tierras, además de asegurarles un futuro mejor a sus hijos, recuperó la autoestima del grupo y reavivó su identidad étnica. Pero también son concientes que aún hay un largo camino por recorrer. La creación de la Asociación del Pueblo Indígena Kuruaya (APIK), como entidad jurídica, trajo esperanza para mejorar los mecanismos de negociación con otras instituciones gubernamentales y no gubernamentales, particularmente en lo que concierne a la financiación de sus proyectos. A fines de 2002, los Kuruaya estaban en la expectativa de que se aprobaran sus proyectos de cultivos de cacao y frijoles.

También está prevista la construcción de otra aldea, como forma de ocupar lugares estratégicos dentro de la Tierra Indígena y de ubicar los nuevos centros de poder que se van configurando. La Asociación creó una cierta movilidad político-social entre algunos individuos, a medida que se empieza a discutir cuestiones tanto dentro como fuera de su aldea y se tornan conocedores de las actividades que involucran los proyectos que apuntan a una financiación.

Tanto en los casos de los aldeanos como de los pobladores urbanos, la necesidad de escolaridad y formación es urgente. La Universidad Federal de Pará con el apoyo del MEC (Ministerio de Educación y Cultura), AIMA y el departamento de Educación en Brasilia y en Altamira, están desarrollando un proyecto que atienda esta demanda.

Fuentes de información

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