De Pueblos Indígenas en Brasil
Foto: vídeo Prêmio Culturas Indígenas

Aruá

Autodenominación
¿Donde están? ¿Cuántos son?
RO 121 (Siasi/Sesai, 2020)
Familia linguística
Mondé
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Las informaciones reunidas en este artículo provienen de una única referencia bibliográfica, pues son raros los estudios antropológicos y lingüísticos sobre el pueblo Aruá. Por eso, precisamente, el texto aquí presentado trae datos generales sobre los grupos que, así como los Aruá, habitaban y todavía habitan en la región del río Guaporé. 

Lengua

El aruá es parte de la familia lingüística tupí-mondé. Actualmente, hay cerca de 20 hablantes de aruá como lengua materna.

Localización

Foto retirada do vídeo Prêmio Culturas Indígenas
Foto retirada do vídeo Prêmio Culturas Indígenas

Según Eurico Miller (1983), quien realizó un trabajo arqueológico pionero en el alto y medio Guaporé, los Tupí de Guaporé habrían sido originarios de las dispersiones de las familias Tupí venidas de Aripuaña. En el área de la planicie del alto y medio Guaporé, grupos de agricultores ceramistas alcanzaron las márgenes del río y de sus afluentes cerca de AD 900. Esos grupos serían hablantes del tronco Tupí, familia Tupari.

Los innumerables grupos Tupí de la margen derecha del río Guaporé permanecieron “desconocidos” hasta comienzos del siglo XX, porque estaban localizados sobre todo en las márgenes de los ríos Branco, Terebito y Colorado y alejados de las márgenes del Guaporé. Sólo se aproximaron a ese río después de la disolución de sus aldeas tradicionales en el período de explotación del caucho.

Informaciones sobre los Aruá fueron recogidas de un único hombre de cerca de 70 años, quien relató que las aldeas aruá estaban situadas próximas al igarapé [estrecho canal natural “Gregorio”, afluente del alto río Branco.

Los caucheros alcanzaron a los Aruá en torno de 1920 y poco después el sarampión prácticamente los exterminó. Los que sobrevivieron dejaron el territorio tradicional y fueron al cauchal São Luis.

Historial del contacto y de la ocupación de la región

En la región bañada por los afluentes y tributarios occidentales del Guaporé y del Mamoré, los jesuitas mantuvieron, por aproximadamente 100 años, aquel que fue, sin duda, el mayor complejo misionero de la América meridional – la provincia de Mojos –. En su brazo secular, mantenido en estado latente, la provincia actuaba como guardián de la frontera del rey de Castilla. Este hecho, descubierto por los portugueses cuando las misiones ya estaban sedimentadas y las sociedades que las habitaban cooptadas para la defensa de los intereses de España, iría a contribuir al exterminio de los aruá de forma inexorable. Toda la ocupación de la margen oriental (portuguesa) del Guaporé pasó a orientarse al mantenimiento de las posesiones y a la destrucción de las misiones.

El siglo XVIII se caracterizó, a consecuencia de la defensa de la frontera, por una ocupación intensa y sistemática. La política indigenista expresaba claramente el interés y el deseo de los estadistas coloniales de mantener a los indios en sus propios territorios, porque de esa forma podrían ser considerados – y eventualmente actuar – como guardianes de la frontera.

En función de las necesidades de la defensa de la frontera, la navegación por el Guaporé fue también particularmente intensa en el siglo XVIII y empleó bastante mano de obra indígena.

Las rivalidades entre Portugal y España – que redundaron en agresiones efectivas y en prohibiciones de intercambio y ayuda mutua – condujeron a algunas sociedades a la extinción. Hubo dos razones para eso: por una parte, el ideario del conquistador veía en los “confederados” y en las “naciones” indígenas guardianes naturales de la frontera, movilizando contingentes con ese fin; por otra, desde el lado rival se buscó el aniquilamiento de las sociedades que más sobresalieron.

Al final del siglo XVIII, cuando los movimientos de independencia en las Américas comenzaron a tomar cuerpo y los límites coloniales perdieron importancia, la región se vació con notable rapidez.

A partir de la segunda mitad del siglo XIX, volvió a ser intensivamente ocupada, esta vez a causa de la demanda del caucho. Los pueblos indígenas remanentes de las antiguas sociedades de Mojos – que ya habían pasado procesos de desintegración cultural y mestizaje poblacional – rápidamente se incorporaron a la fuerza de trabajo. Los contingentes indígenas de la margen derecha todavía se mantenían aislados en su mayoría, habitando áreas menos accesibles, en gran parte en las cabeceras de los afluentes orientales.

La instalación de innumerables establecimientos para la explotación de caucho – los famosos “barracones” – mayoritariamente de propietarios bolivianos, redundó en la ocupación de esos afluentes, provocando la eclosión inmediata de conflictos.

A lo largo del río Guaporé, la ocupación desencadenada por el caucho puede ser claramente delimitada: del fuerte Príncipe da Beira, pasando por la desembocadura, hasta alcanzar el Mamoré, una concesionaria de la Maderera Mamoré Railway Co., responsable por el proyecto de construcción de la legendaria ferrovía, monopolizó una extensión de tierras de cerca de 250 kilómetros. Del Fuerte Príncipe da Beira hasta Vila Bela – la antigua capital de la Capitanía – la ocupación fue hecha por caucheros bolivianos y, posteriormente, por caucheros brasileños.

Las informaciones sobre los primeros momentos de esa ocupación en el siglo XIX son, hasta ahora, mínimas, pero existen fuentes primarias pasibles de ser trabajadas y que, ciertamente, pueden aportar nuevos datos.

Al final del siglo XIX, caucheros bolivianos fundaron, próximo a la desembocadura del río Colorado, el cauchal Pernambuco. Su instalación y, posteriormente, la del cauchal São Luís, en el alto río Branco, dieron inicio a un rápido proceso de contacto con los pueblos Tupí que permanecían aislados.

El cauchal que tuvo una influencia muy grande en la región, intensificando los contactos con los indios, fue sin duda el de São Luís. Fue de ese establecimiento que se irradió la epidemia de sarampión que, con rapidez espantosa, cegó incontables vidas, dejando algunos grupos al borde de la extinción.

La ocupación de los ríos Colorado y Branco aconteció entre 1910 y 1920, con la instalación de diversos “barracones” y puntos de recolección de caucho. Esos establecimientos serían responsables de la incorporación de los Makurap, Ajuru, Djeoromitxí, Arikapu y Aruá a la fuerza de trabajo.

Probablemente los primeros contactos fueron establecidos con los Djeoromitxí, cuyas aldeas estaban situadas debajo de las cabeceras del río Branco. La sociedad más próxima a los Djeoromitxí era la Arikapu, que enseguida estableció contacto con caucheros. Los Makurap, situados en las cabeceras del río Branco y en ambas márgenes del alto río Colorado, deben haber sido la sociedad siguiente, en un proceso concomitante con los Ajuru del alto río Colorado, más próximos a las cabeceras. Los Tupari establecieron su primer contacto en 1928.

A partir de la tercera década del siglo XX el contacto se intensificó, sobre todo cuando, en el contexto de la II Guerra, la demanda del caucho aumentó. Los pueblos Tupí y otros que, por entonces, habitaban los territorios situados entre los afluentes de la margen izquierda del curso medio del Guaporé, en la parte alta de los ríos Mequéns, Colorado, São Simão, Branco y San Miguel, resultaron duramente impactados. Sus aldeas fueron invadidas, sufrieron epidemias y fueron obligados a abandonar sus territorios, instalándose en algunos de los principales barracones.

Hasta el inicio de la segunda mitad del siglo XX, los indios que vivían en las proximidades de los barracones tuvieron una convivencia considerable con los indios bolivianos (Baure y algunos Chiquitanos). Posteriormente, todos los cauchales del río Branco, como el Laranjal, el Colorado, el São Luís y el Paulo Saldanha, fueron adquiridos por un único propietario – João Rivoredo –. Este sería el responsable directo de la disolución de todas las aldeas indígenas de la región, reclutando mano de obra, dejando a la poblaciones sin asistencia médica y sin tomar ninguna medida para controlar las epidemias de sarampión.

Entre las décadas de 1940 y 1960 hubo una notable dispersión de indios por los cauchales. En 1940, el entonces gobernador del Territorio del Guaporé estimuló la transferencia de indios del Ji-Paraná al Guaporé, con miras a suplir la mano de obra perdida a consecuencia de los brotes de epidemias. El SPI (Servicio de Protección a los Indios) disponía solamente del Puesto Ricardo Franco, que no estaba preparado para atender a los recién llegados. No se sabe en qué condiciones fue hecha la transferencia, pero sabemos que la mortalidad alcanzó índices dramáticos.

Incluso con la existencia de la 9ª Inspectoría Regional del SPI, creada en 1946, los indios continuaron trabajando en los cauchales en condiciones serviles.

Solamente a partir de 1970 esta situación comenzó a modificarse con el desplazamiento de los grupos remanentes hacia el Puesto Indígena Guaporé, antiguo Puesto Ricardo Franco. Algunos, sin embargo, estaban irreversiblemente próximos a la extinción y ya no se podían mantener en cuanto unidades étnicas diferenciadas.

El proceso de conquista y colonización de la región, oscilando entre ocupaciones intensivas y períodos de ostracismo, dejó un saldo paradójico: sociedades enteras desaparecidas y sociedades cuyo destino se ignora completamente.

En setiembre de 1982 fue creada la Reserva Biológica del Guaporé, en la región sur del Estado de Rondonia, abarcando tierras de los municipios de Vilhena y Guajará-Mirim. Su creación aconteció cuando el proceso de expansión de los frentes pioneros ya era irreversible, de tal modo que sus límites al sur ya estaban comprometidos a causa del establecimiento de colonos.

Dos años antes fueron realizados los trabajos de demarcación de la Tierra Indígena Río Branco, vecina a la Reserva, y en ese momento se constató la presencia de indios aislados en la región. Llamó la atención de los técnicos de la Fundación Nacional del Indio (Funai), la presencia de ‘maricos’ entre las objetos encontrados en esos campamentos. Se trata de cestas de fibras de ‘tucum’, tejidas en puntos menudos o medios, que pueden tener varios tamaños y que no sólo son características, sino también exclusivas de los grupos indígenas que habitan hoy las Tierras Indígenas Guaporé y Río Branco. Este sería un indicio inequívoco de que el grupo aislado integra un complejo cultural que – aparentemente – exhibía muchas semejanzas.

La homologación de las Tierras Indígenas Río Branco y Guaporé se realizó en 1986 y 1996, respectivamente.

Organización social

Aun cuando las informaciones sobre los Aruá son mínimas, es interesante señalar que esta sociedad comportaba, tal como otros grupos de la región de la cuenca del Guaporé, divisiones internas. No está clara la naturaleza de estas subdivisiones; apenas se sabe que definían la filiación, que era patrilineal. Según fue posible decantar, tales subdivisiones eran las siguientes:

Subgrupos Aruá

Nombre
Significado
Tirib ei
ouricuri
Kapeá ei
pájaro (?)
Bixid ei
tipo de oruga
Nadég ei
tipo de oruga
Andat kud ei
cujubim
Kuru ei
jacu
Gib ei
murciélago
Poá ei
papaya
Aksosón ei
 
Jucan ei
tucán

 

El sufijo ‘ei’, en las lenguas Mondé, es indicativo del plural. Es pertinente señalar que otros pueblos Tupi-Mondé también comportan subdivisiones cuyas denominaciones presentan el mismo sufijo. Es el caso de los Zoró: Pangyn kirei (gente blanca), Pangyn peyei (gente negra) y otros. Asimismo: los Cinta-Larga: kakinei (e Kakin, tipo de bejuco) y Kabanei (de Kaban, árbol frutícola), entre otros. Tanto para los Zoró cuanto para los Cinta-Larga, esas denominaciones se prestaban para la clasificación de subgrupos que podían ser predominantes en algunas áreas del territorio tradicional, pero ellas no tenían necesariamente un sentido territorial, atravesando los grupos locales como un todo.

Complejo Cultural Marico

En lo que se refiere a la cultura material, algunos elementos atestan inequívoca semejanza entre los pueblos de la región del Guaporé: la ausencia del cultivo de la mandioca “brava” y de la harina, en la alimentación; el consumo de la chicha de maíz en la alimentación regular y de la chicha fermentada en ocasiones ceremoniales, y la confección del ‘marico’. Trátase de cestas de fibras de tucum, tejidas en puntos menudos o medios, pudiendo tener varios tamaños y que no son característicos como exclusivos de los grupos indígenas que habitan hoy en la Tierra Indígena Guaporé y en la Tierra Indígena Río Branco.

Otro elemento cultural, además de la confección del ‘marico’, que podría ser considerado exclusivo de los pueblos del Río Branco, Colorado y Mekens es la aspiración del polvo de angico en los actos chamanísticos.

En relación a los grupos indígenas del Guaporé y de los afluentes occidentales del Mamoré, hay tres aspectos culturales característicos: la ausencia de la mandioca ‘brava’ y de la harina en la alimentación; la existencia de subgrupos territoriales definidos y nominados; y el consumo de chicha de maíz en ceremonias que alternaban sucesivamente los papeles de huésped/anfitrión entre los subgrupos y servían como un importante mecanismo de solidaridad y cohesión.

La estructura social tradicional de los grupos de la región del Guaporé ha sufrido serias amenazas en lo tocante a su reproducción y perpetuación a causa de las pérdidas demográficas. Entretanto, una nueva realidad social emerge a partir de la intensificación de las relaciones intergrupales, por lo menos dentro de la Tierra Indígena Guaporé. Algunos elementos culturales son valorizados y actúan como mecanismos de solidaridad entre las distintas sociedades: el consumo de la chicha, que establece una regla no coercitiva de etiqueta, y el chamanismo, a través de la actuación conjunta de individuos de grupos indígenas distintos en la aspiración del polvo de angico y en las ceremonias de cura.

Fue, sin duda, en las ceremonias de cura que se intensificaron las relaciones intergrupales, sobre todo a través de dos mecanismos: las fiestas de chicha y los casamientos. Las fiestas de chicha eran prácticas tradicionales de todos esos grupos, en las cuales las aldeas se alternaban en los papeles de anfitrión/convidado, creando redes ininterrumpidas de solidaridad y reciprocidad. Después del contacto, los diferentes pueblos, al revés que las diferentes aldeas de una misma etnia, pasaron a alternar en esos papeles. Los casamientos intergrupales surgieron de cara a las necesidades demográficas y, con el tiempo, sirvieron para estrechar los lazos entre los pueblos de la región” (Denise Maldi, 1991).

Chamanismo

La actuación del chamán está relacionada al uso que hace de un alucinógeno: las semillas de angico, que son maceradas hasta convertirse en polvo y mezcladas con un tipo especial de tabaco, cultivado para este fin. A lo que todo indica el cultivo del tabaco para uso chamanístico es un elemento cultural común a todos los grupos indígenas de la región del Guaporé.

De acuerdo con los registros de Rondón (1916), lo que más le llamó la atención fue el hecho de que los indios “no fumaban”, mas hacían uso del “rapé por medio de un dispositivo bastante ingenioso, que consiste en un tubo de tacuara, de dos palmos de largo, teniendo en una de las extremidades un pequeño recipiente cargado de polvo de tabaco. La persona que va a tomar la pitada lo aproxima a las narices, y otra persona, sirviéndose de la extremidad libre del tubo, sopla por él, haciendo penetrar el rapé en las fosas nasales del fumador, que auxilia la operación mediante una profunda inhalación”. La descripción corresponde exactamente a la forma como, incluso hoy, es aspirada la mixtura de polvo de angico y tabaco, que Rondón llamó “rapé”. En varias narrativas míticas hay menciones a la aspiración chamanística.

Además de eso, los chamanes también usan un léxico especial, aparentemente ininteligible para los no-iniciados, y recitan durante el proceso de cura” (Denise Maldi, 1991).

Fuentes de información

  • MALDI, Denise. O Complexo Cultural do Marico: sociedades indígenas dos rios Branco, Colorado e Mequens, afluentes do médio Guaporé. 1991

 

  • MINDLIN, Betty. Antologia de mitos dos povos Ajuru, Arara, Arikapu, Aruá, Kanoe, Jabuti e Makurap. São Paulo : Iamá, 1995. 67 p.