De Pueblos Indígenas en Brasil

La llegada de los blancos

 

 

 

Vidal. Foto: Alba L. G. Figueroa.
Narrativa Sateré Mawé

''El hermano de Eva'' por '''Vidal'''

 

 

 

 

 

 

 

El antropólogo Eduardo Viveiros de Castro (socio fundador del ISA) presenta y analiza las narrativas Krenak, Yanomami, Sateré-Mawé, Tupinambá, Kuikuro, Desana, Zo'é, Baré  y Wapixana. 

La historia en otros términos

Las narrativas indígenas que aquí se publican, obviarían cualquier presentación, sobre todo una firmada por un blanco, si no fuera por el hecho de que los destinatarios somos justamente nosotros, los blancos. Es sólo por esto que no me parece impropio introducirlas, y hago votos para que puedan abrirnos los oídos y reavivarnos  la memoria. Escuchemos, pues, lo que dicen los Desana, los Baré, los Mawé, todos los que por olvido, llamamos  “indios”, como quien dice, los otros, cuando fuimos nosotros los que nos tornamos otros. Los que fueron olvidados no olvidaron.

Lo que aquí se lee, es la historia de estos quinientos años, una historia que creemos conocer, pero contada en otros términos. Por empezar, no se trata de la historia (de los indios) contada por los blancos, sino de la historia (de los blancos) contada por los indios. Una historia, o mejor dicho, varias. Porque estas historias impresionan por la diversidad: diversidad de posturas enunciativas, de contextos discursivos, de géneros de habla, de recursos semánticos, de registros epistémicos, de procesos de textualización. Aquí se habla del pasado “inmemorial”, y también del ayer y del mañana; hablan voces muy lejanas, otras muy cercanas; hablan pueblos con experiencia secular con los blancos, cuyo “contacto” con nosotros es coextendido al tiempo de vida del narrador, se cuentan lo que llamaríamos ‘mitos’, se cuentan memorias personales, se inscriben fragmentos de charlas, y testimonios formales, entrevistas, conferencias, se dice lo que se dice desde hace mucho, y se dice lo que nunca se dijo; se cuenta mucho de lo que contamos, pero de un modo muy distinto. En suma, se cuenta, pero también se explica, se critica, se lamenta, se justifica, se reivindica, se pregunta. Hay mucho que decir.

Esta impresión de heterogeneidad emerge no sólo de la relación entre las narrativas, como también de muchas de ellas en sí mismas, en particular las que buscan un hilo que vincule el presente o el pasado reciente a las condiciones generales de posibilidad del mundo. Los personajes “históricos” (es decir, que figuran en nuestros mitos históricos) coexisten sin solución de continuidad ontológica con personajes “míticos”, temas clásicos de la tradición indígena panamericana, consideran, absorben y transforman motivos igualmente clásicos de la mitología del Viejo Mundo; juicios etnográficos profundos sobre la sociedad de los blancos procuran su justificación en amplias caracterizaciones antropológicas y cósmicas. Hay,  se diría, de todo. Exactamente como en la historia que conocemos, alias, cuya heterogeneidad es sólo menos sensible a nuestros ojos y oídos, que están acostumbrados a nuestras propias convenciones narrativas, donde cohabitan escalas temporales inconmensurables, y a nuestros saltos “naturales” entre múltiples registros discursivos.

Sin embargo, no es difícil percibir la presencia de un gran tema que atraviesa muchos de los textos que siguen. Porque, la diversidad aparente refleja, o mejor dicho, refracta una convicción fundamental. Esta dice: los indios son anteriores a los blancos, en orden de parentesco y en orden de territorio. Los blancos no llegaron aquí, salieron de aquí; no descubrieron a los indios, sino que se encubrieron a sí mismos, hasta que volvieran a lo que pensaban que era un encuentro con lo desconocido, pero que no fue sino un reencuentro con lo olvidado. Somos, nos recuerdan los Desana, sus hermanos más jóvenes. Abandonamos a nuestros mayores al principio de los tiempos, y mucho más tarde (sólo quinientos años atrás), creímos haberlos descubierto. Los que fueron más tarde llamados indios son aquel fragmento de la humanidad originaria que decidió, para mejor o para peor, no seguir con nosotros. El retorno de los blancos era esperado – estaba previsto-, pero se esperaba, tal vez, un poco más de ellos: que se portaran como parientes que regresan, no como verdugos; que compartieran lo que habían aprendido en el lugar adonde fueron a vivir, no que volvieran para tomar lo poco que a los indios les cupiera; que su ingenio no hubiera sido adquirido a costa de la sabiduría, que su arte no les hubiera obnubilado el entendimiento, que su escritura no fuera usada para callar la voz de los que se quedaron. 

Por lo tanto, lo que dicen estas narrativas, es que la relación con los blancos siempre existió. No hubo ni hay “contacto” que no fuera o sea una actualización – por más desastrosa- de una virtualidad trazada en el discurso de los orígenes. Ailton Krenak observa agudamente que el “encuentro y el contacto entre nuestras culturas y nuestros pueblos, aún no empezó y a veces parece que ya terminó”. Pero vale también, y por las mismas razones lo inverso: jamás empezó, porque ya estaba desde el principio. Al principio fue un desencuentro y quinientos años pasados, aún no terminó.

Pero quinientos años no es nada, concluye Ailton. Es verdad. Sobre todo para quien tiene buena memoria, para aquellos cuyo pensamiento no está, como fulmina Davi Kopenawa, lleno de vértigo y de olvido. Podamos al menos recordar, de aquí en adelante, nosotros que somos verdaderamente “muy desmemoriados”.

[Octubre, 2000]